"Cuando uno viaja, siente de una manera muy práctica el acto de renacer. Se está frente a situaciones nuevas, el dia pasa más lentamente y la mayoría de las veces no se comprende ni el idioma que hablan las personas. Exactamente como una criatura que acaba de salir del vientre materno. Con esto, se concede muchas más importancia a las cosas que nos rodean, porque de ellas depende nuestra propia supervivencia. Uno pasa a ser más accesible a las personas, porque ellas podrán ayudarnos en situaciones difíciles. Y recibe con gran alegría cualquier pequeño favor de los dioses, como si eso fuese un episodio para ser recordado el resto de la vida.
Al mismo tiempo, como todas estas cosas son para nosotros una novedad, uno ve en ellas solamente lo bello y se siente más feliz por estar vivo..." (Paulo Coelho)

sábado, 6 de agosto de 2016

"Soledad y seres payasos..."

Soy muy cabezón. Soy egoísta. Egocéntrico. Siempre quiero tener la razón. Soy manipulador. Soy raro; no me gusta el fútbol, no tengo wassap, no me gusta hacer chistes machistas, ni racistas... Soy intolerante. Soy quejica. Soy ansioso. Soy anarquista. Soy socialista. Soy holgazán. Soy explosivo y tímido (no estoy seguro de a qué lista pertenecen éstas..). Soy violento. Soy "rabasuá". Soy mi padre y mi madre. Soy ateo. Soy rencoroso. Soy intenso. Soy envidioso. Soy narcisista. Soy alborotador. Soy inseguro. Soy desordenado. Soy muchas cosas más... Soy honesto. Soy artista; soy pintor, soy bailarían, actor, payaso, cocinero, escritor... Soy sensible. Soy comprometido. Soy muy sincero. Soy divertido. Soy espontáneo (un poco menos...). Soy generoso. Soy cariñoso. Soy justo. Soy rico y pobre. Soy mi padre y mi madre. Soy soñador. Soy creativo. Soy respetuoso (en la medida de lo posible...). Soy sociable. Soy aventurero. Soy grandilocuente. Me siento solo...

Por todo esto y muchas cosas más hago teatro. Quiero integrarme, pero no sé, o ya no recuerdo... La mayoría de la gente me aburre. Hago lo que hago porque no se comunicarme, y esta me parece la mejor manera que conozco.

Me pasó cuando me puse la nariz por primera vez... En México, no hace muchos años. Estaba con un grupo que conocí en el viaje. Artistas buscando artistas. Yo nunca había echo teatro, aunque siempre me interesó, pero no acababa de verle la funcionalidad. Y allí parado en medio de la jungla, en un hospital perdido de la mano de dios, en el estado de Chiapas, representábamos una obra: "El traje nuevo del emperador". La historia iba sobre un emperador muy vanidoso, que era engañado por un pícaro que le vendía un traje carísimo echo de telas invisibles a los ojos de los necios. Todos adulaban el traje nuevo, hasta el rey se sentía seguro de verlo. Cuando al presentarlo en sociedad un niño le grita: ¡Esta desnudo! Y entonces todos reconocían la obviedad, quedando en ridículo aquellos que reconocían la calidad del traje... Ahí estaba Cisco haciendo la pantomima con una camiseta sin mangas y en calzones. Koldo hacía de pícaro con una gorra estilo francés. Un presentador mexicano era el cuenta-cuentos con una marioneta de goma-espuma, y nosotros haciendo de ministros con ropa negra, bigotes pegoteados y unas telas que hacían de capas. El escenario era un par de telares colgados de una cuerda con pinzas, que también servía de camerino en la parte de detrás. Rápido nos cambiábamos mientras el presentador marionetista hacía tiempo. Hicimos ejercicios de improvisación y números payasos. Este último iba sobre dos astronautas en botas de lluvia con dos escurridores en la cabeza que viajaban al planeta "A-Marte" a robar sus plantas exóticas. Dos alienígenas los descubrían y hacían varios juegos con los astronautas hasta que los devolvían a la nave de vuelta a su planeta. Estos últimos de daban cuenta del error y se volvían a su casa... Los mismos actores hacíamos todos los personajes, y esto que duraba alrededor de una hora, lo armamos en una semana. Aquel día mostrábamos el trabajo ante los internos pertenecientes a las comunidades indígenas de la zona. Probablemente éramos la primera experiencia teatral de muchos. No me imagino que pensarían al ver por primera vez a ese grupo de personas blancas que vestían y hacían cosas raras... Algunos revolucionarios zapatistas con los bebes colgados del pecho nos miraban absortos. Los niños de intensa mirada observaban boquiabiertos. Y las mamás amantaban a sus bebés en los bancos de madera mirándonos sin pestañear, riendo tímidamente y mirándose entre sí con complicidad. Las monjas y cuidadoras del hospital, las cuales nos habían convocado, habían sido excomulgadas por la iglesia por haberse enfrentado a los militares y al gobierno, para que no cerraran el hospital que se mantenía con donaciones privadas, trabajando gratis y amenazadas de muerte. Ellas eran las que mas se divertían. Al final todos se reían y hablaban en lenguas que no entendíamos, pero mágicamente nos entendíamos. Y así fue. Después de la función estuvimos jugando con ellos; pequeños y mayores durante una hora como si no existiera género, ni lengua, ni edad... Cuando terminamos la monja nos abrazó y sin decir una sola palabra sobre religión, nos dijo: "Ustedes y nosotros estamos en el mismo camino, queremos cambiar el mundo..." Los ojos se me colapsaron de lágrimas y tanta emoción me hizo llorar durante un rato largo sintiéndome completamente en paz conmigo mismo. Aquella pequeña máscara escondía la "otra máscara", y nos convirtió por unas horas en seres humanos puros, vulnerables, indefensos, libres de ficciones sociales... La máscara fue el canal de comunicación, nosotros el medio... Habíamos creado un lenguaje más allá de las palabras, las fronteras, las razas. Algo más grande que nosotros y ancestral unió por un momento pueblos y religiones, hombres, mujeres, niños y ancianos. La nariz era el medio, el lenguaje universal: "el juego". Todos sabíamos jugar y jugamos. Y en medio de la enfermedad, de la guerra, de la represión, de muerte... Nosotros jugábamos. Allí en ese mismo instante pensé: ¡A partir de ahora ya no quiero hacer otra cosa! Después de casi 10 años vagando por el mundo, dedico mi vida con toda pasión a eso: a comunicarme, a la búsqueda de un lenguaje... ¿Y por qué no? Para cambiar el mundo... A veces se me olvida, pero la máscara me lo recuerda. Y es incomparable la magia que desprende cuando es bien direccionada. Descubrirla lleva una vida y vivirla es lo mejor que puede pasarte. Y lo más grande de esto es que uno no puede controlarla, porque la máscara se muere. Hay que escucharla y dejarse llevar, y es ahí donde la magia sucede... Después de ahí hicimos varias funciones también en la calle, y estábamos tan contentos que decidimos seguir los pasos hasta la Argentina y preparar el espectáculo que asombraría al mundo. Comprar una caravana, recorrer como gitanos todos los continentes haciendo lo que mas nos gusta...
Claro, que aquello nunca sucedió, todavía.. Lo mas maravilloso es que a través de los años y el mundo nos pudimos reencontrar y el espíritu está todavía presente. Somos payasos y personas de corazón, y todos recordamos aquellos días de farándula itinerante. Gracias a ellos encontré mi rumbo y sigo surcando en mi propia incertidumbre, buscando la manera de hablar, porque las palabras están desgastadas e infravaloradas. Pedimos a gritos: ¡Teatro! Porque esto no es otra cosas que un acto de amor a la humanidad entera. Los payasos somos la consecuencia de la búsqueda de la pureza humana, de la esencia, "la verdad". Estamos solos, somos marginales, fracasados, excéntricos, locos... Somos y hacemos todo aquello que esta prohibido. Somos la voz de todo lo que no puede hacerse ni decirse... Por un ratito somos libres o por lo menos, lo intentamos.

Y es difícil. Porque desde pequeños nos enseñaron: esto no se hace, esto no se dice... Los actores estudiamos y trabajamos toda la vida para volver a romper con los condicionamientos. Luchamos con nosotros mismos y convertimos el teatro en el medio para reinventarnos y encontrar la libertad escénica, y soñamos con hacer lo mismo en la vida. Creamos estos espacios que el sistema intenta controlar, y los payasos venimos para romper con eso. Venimos a reírnos de lo prohibido, nos enfrentamos a la autoridad y nos desnudamos para mostrar lo ridículo de las sociedades. Las máscaras vienen a recordarnos lo que la sociedad ha olvidado. Tensamos la cuerda con el público, queremos que nos quieran, porque sin ellos, ni siquiera existimos. Sin el otro, no somos nadie... Y por eso lo intentamos una y otra vez, y caemos, y volvemos a levantarnos, seguimos intentando... Es difícil, la vida es difícil, el humano es un misterio... La soledad del payaso, la soledad del humano. EL eterno conflicto de lo que somos y queremos ser... No hay nada de malo en sentir y ser quienes somos, pero eso nos asusta, y es muy complicado construir relaciones verdaderas... En la cotidianidad somos algo abstracto, no nos damos tiempo para vernos, somos selectivos y nos rodeamos de los que son como nosotros... ¡Que necesario entonces son estos espacios! Continuamente veo a las personas hacer y decir. Y que poco me creo esos cuerpos, esas voces... Carece entonces, como en el teatro, de interés... Y uno tiene que sostener muchas veces para eso, para no estar solo... ¿Donde queda el juego? ¿Dónde está el impulso, el instinto? Sin filtros... ¿Y el amor, el arma más poderosa de todos los tiempos? ¿También está corrompido?...

Chavela Vargas decía: "Lo supe siempre. No hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, ese es el precio que tienes que pagar: La soledad".

Hasta entonces, me entrego a ésto: a entendernos, entenderme. A crear lenguaje. A esa gran mentira contada con mucha verdad: el teatro. A transformar las voces en un canal que nos recuerde quienes somos. Tengo treinta años. Tengo miedo de muchas cosas, todo el tiempo. Pero solo puedo caminar hacia adelante. No quiero estar solo. No quiero que nadie este solo. Y si es así, compartir un espacio, para que la realidad se vea como la vida, un juego, una mentira contada con mucha verdad. Cruda, dura, intensa, difícil, testadura, egoísta,  egocéntrica, manipuladora,  rara, intolerante, quejica, ansiosa, anarquista, socialista, holgazana, explosiva y tímida, violenta, padre, madre, atea, rencorosa, envidiosa, narcisista, alborotadora, insegura, desordenada... humana.





A vosotros...





jueves, 4 de febrero de 2016

"Morir cien veces más, Y que el mundo aprenda..."

El viernes murió mi abuelo. En cuanto leí que mi padre me había escrito lo supe enseguida. Después lo vi, me llevé las manos a la boca y lo releí de nuevo. Me sorprendió, pero de alguna manera ya lo sabía. Bajó Sofi de la habitación, se lo conté, después lloré. Lloré pensando en los vivos. Y cuando volví a recordar a mi abuelo, lo veía sentado frente al televisor, con la boca abierta y moviendo la pierna, consecuencia de algún tic nervioso que le quedó cuando tuvo el infarto. Después pensaba que no estaba triste, mas bien sorprendido de lo repentino del suceso. De que varios días antes hablaba con mis padres por "Skype" de lo malito que estaba. De que de repente, ya no estaba más. De que para mí, hacía tiempo que no estaba. Y es diferente cuando no vives cerca, porque uno está solo, y cuando alguien desaparece, te sorprende la idea de su ausencia. Sin embargo, hacía tiempo que no estaba para mí. Hacía más de un año, que nuestros lazos familiares eran imaginarios, sostenidos a través del tiempo, del recuerdo. Pero ahora al otro lado del océano y del mundo, me entero de que desapareció para siempre. Y me siento mal porque ya no estoy triste, y porque la muerte se da de maneras diferentes; a través de la distancia, por ejemplo.

No escribo para relatar la muerte de mi abuelo. Lo cuento, porque parece que estas cosas son siempre pequeños temblores internos que abren otras puertas. Y así se da uno cuenta de que la vida pasa, por estas cosas se tiene consciencia del tiempo.Y yo, en una de las ciudades más grandes del mundo aprendo a quedarme en un mismo sitio. Y me doy cuenta de mucho, y de lo difícil que es construir en terreno virgen. 10 años viajando me hicieron aprender muchas cosas, mientras los demás aprendían a estar en un mismo lugar. Y yo no entiendo, y me cuestan los horarios, llegar a tiempo. Me cuesta escuchar y construir relaciones con las personas, que son todas distintas. No estoy acostumbrado a permanecer. Durante años llegaba; todo era nuevo, conocía a muchos, y cuando ya no me interesaba, me iba. Me enamoraba, y después de un tiempo dejaba de ser eterno, y me iba. Y cuando me sentía solo, volvía... ¿A dónde voy ahora? No me quiero ir... Me quiero quedar, pero a veces no sé, y en una ciudad tan grande, es fácil perderse. En algunas ocasiones, uno tiene que cerrar los ojos, pararse y mirar, permanecer ahí, quieto, y escuchar... Muchas veces me siento solo, y busco que me quieran por una noche o dos. Después se me pasa. Y ahora, tengo al teatro, estoy sensible y no tengo ni idea de que hacer con todo esto. Pero me sorprende darme cuanta de que la información se va ordenando en algún lugar. Y que para esto también son necesarias las relaciones humanas, y me enfado cuando no sucede como yo quiero. Después me doy cuenta, y sé que es parte del proceso. Estar aquí, no es estar allí, o en todas partes. Estar aquí implica que uno necesita de los demás, aunque a veces, nos consideremos libres. Nos necesitamos, sino somos seres viajando por ahí. En calle Corrientes o en la India, uno no puede caminar sin llegar a alguna parte. Es importante un destino, y profundizarlo, comprender que todo lo que hacemos en la vida, debe ser un acto de amor. Ahora, poco a poco empiezo a aprender a quedarme. Y me doy cuenta que después de todos estos años de irme, va a ser difícil, pero nadie dijo que esto fuera fácil. Tanto tiempo haciendo lo que quería hacer, que cualquier tipo de exigencia, es un gran esfuerzo que transito a paso lento. Ya no puedo seguir escapando.

Hace tiempo estaba enfermo de la garganta, hasta que lloré mucho. Lo lloré todo y delante de todos. Les conté que no sabía; que necesitaba de los demás, que no era tan fuerte como intentaba aparentar. Después se me curó la garganta, y empezó el año 2016 en la terraza; borracho como una cuba, viendo los fuegos artificiales sobre los tejados de San Telmo. Soy intenso, y a veces extremadamente sincero, la mezcla es insoportable. Y les cuesta tocar algo sólido entre tanto fuego. Pero lo intento con todas mis ganas. Y la mayoría me quiere, pero no como yo quiero.

Un año nuevo comienza. Mi abuelo murió, y yo parezco volver a renacer ¿Para eso es la vida, no? Morir cien veces, y que el mundo aprenda. Morir políticamente, físicamente, artísticamente, intelectualmente, sicológicamente, mente... Morir cien veces más, Y que el mundo aprenda. Somos así, idiotas, como los idiotas vestidos de traje y corbata. Idiotas burgueses contemporáneos, hablando de socialismo hasta que sale el sol. Borrachos, fumando marihuana a 1500 pesos el frasco. Después de hablar de igualdad, nos vamos "en pedo" a nuestras casas en "el centro", y dormimos más tranquilos porque somos cultos, idealistas, artistas y jóvenes ¡Que se yo! Es así el juego, nos lo inventamos nosotros.

Y es triste y apasionante la vida. Ahora suena una música melancólica en el ordenador. Es de noche y escribo en mi libreta porque necesito ser sincero conmigo mismo. Necesito aprender a ser humilde. Para que por lo menos; a pesar de estar perdidos, de lo injusto, lo relativo y la incertidumbre, tenemos los vivos la necesidad de que hagamos lo que hagamos, sea franco. Y así, en la vida como en el teatro, construir relaciones verdaderas. Es probable que mienta mucho, que me confunda. Seguramente ni yo lo sepa. Quiero que sea así, a través del fracaso, al arma de futuro: "la verdad". Construir un puente entre lo que sentimos y lo que hacemos "de verdad", pero desde el amor. Porque esto el sentimiento más verdadero que existe, y el único capaz de cambiar el mundo.

Ahora me voy a la calle, a buscar una terraza. En alguna esquina del centro histórico. Rodearme de gente desconocida, y que me quieran. Que me quieran por una noche o dos, para que después se me pase...



jueves, 13 de agosto de 2015

"Hasta entonces, hasta pronto..."

Parece ser, que con el tiempo y los años, el blog se ha ido transformando en una especie de diario de hojas sueltas. Un espacio donde volver para contar las aventuras, que son otras... No son tan emocionantes, ni riesgosas, son otras... Más adultas, por mucho miedo que esa palabra me de. Pero sí, más terrenales, más maduras. Y nada tiene de malo, pero es gracioso. Nada de malo porque la elección sigue siendo mía, y esto, es la consecuencia de haber seguido (y seguir), buscando. La curiosidad del cuerpo y la investigación del alma. Gracioso porque resuenan en mi cabeza las eternas preguntas que tanto tiempo me persiguieron: ¿Volverás? ¿Hasta cuándo? ¿Dónde vas a quedarte? Y se me llena el pecho cuando pienso que podría tener algo parecido a una respuesta. Antes me encogía de hombros, y ahora, me da la risa.
Feliz, feliz de estar haciéndoME mayor, y de estar aquí, en contra de lo que fueron mis expectativas y sorprendido de tanta comodidad, de tanta "normalidad"... Sorprendido de las ganas que tengo de tener un rincón para acurrucarme cuando haga frío afuera... No hablo de arrepentimientos, ni añoranzas. Hablo de equilibrio, de sentido. De tantos años y tantas, tantas historias que, son ahora, como un sueño. Un recuerdo abstracto de otras vidas, una película que, a veces, dudo haberla visto, real o imaginaria, no importa... Es parte de una base donde pisar, un escalón para acercarme hasta aquí.

Y tengo tanto que contar, tanto que decir... Me viene la imagen de una biblioteca gigante, llena de libros, apuntes, fotografías... Y yo frente a la estanterías parado, mirando el desorden producido por la acumulación de una vida. Intentando hacer lugar para todo lo que se viene... Porque por mis adentros, me vibra con fuerza el presentimiento de que en cualquier momento, llamarán a la puerta, y al abrirla, aparecerá algo tan grande y hermoso, que me surge la necesidad de estar preparado, despierto, para poder recibir lo que naturalmente la vida me trae envuelto de luz y misterio... Es tan fuerte el sentimiento, que casi sin querer, y mágicamente, van apareciendo las personas y herramientas, para que el recibimiento sea un: ¡Hola! Te estaba esperando...
No habrá fuegos artificiales, ni carrozas. Será en un lugar como éste: un humilde café vacío; con ventanas llenas de anuncios borrosos y anticuados. El café medio frío. Y un camarero tras la barra, viejo y medio calvo, vestido de otra época. Mirando hacia la entrada, mientras parece estar secando la misma taza de manera automática, como la vida pasa afuera...

Todo sucederá de manera mágica e imprevista, y para entonces, yo ya estaré esperando... Pero la espera nada tiene que ver con "sentarme a esperar", no es calma. Mientras tanto, trabajo mucho, todo el día, para que se haga realidad. Mientras, preparo y educo este cuerpo; que es una pieza de ingeniería extraordinaria, que contiene la sabiduría del universo. Trabajo para liberarme de los prejuicios y ficciones sociales. Para despertar mi vulnerabilidad, volver a ser ingenuo y poder jugar. Jugar con las emociones, y contar jugando. Crear realidades de ficción, y desde aquí, encontrar el sentido a la vida, y seguir buscando de manera infinita...

Y por ahora, seguir buscando desde acá, porque es acá donde quiero estar, donde siempre dije que no estaría...
Acá, no es Nueva York, ni Barcelona, pero es tan viva y hermosa que no lo necesita... En cuanto rascas un poco en la suciedad y el caos, lo ves, descubres su corazón de oro. Pero no es fácil, la ciudad de la furia es violenta, te hace sudar y te sacude de pies a cabeza... Pero por ahora, es todo lo que necesito...

Y esta carta, o anuncio, es para decirles: que estoy bien, que soy feliz, y que me quedo... No se si para siempre, pero de momento me encontraran acá: tras una nariz roja, sirviendo comida francesa y rodeado de gente maravillosa.
Acá les espero, están todos invitados a pasear conmigo, y con mucho amor mostrarles por qué...

Hasta entonces, hasta pronto...


sábado, 18 de abril de 2015

"Vergüenza de sentirme que te pertenezco..."

Porque había algo de triste en el azul del cielo, en las calles empedradas. Triste era la transparencia del agua que brotaba de la fuente. Tristes las mañanas en las que me levantaba casi a la hora del almuerzo. Tristes eran las notas de mi ukulele. Tristes los guisos rebosantes de verdura fresca. Triste el sexo después de la fiesta. Levantarme a su lado. Tristes los vagones y la música de acordeón. Triste el fuego de las plazas. Conversaciones tristes. El autobús nocturno. Las luces que iluminaban la fachada de la catedral, la calle peatonal, el café americano al lado de la estufita, los libros de teatro... Triste el viento en la cara, bajando a toda velocidad la cuesta hacia el abismo. Triste volver a verte...

Cuando llegué todo era nuevo. Dejaba las montañas lluviosas para buscar el sol mediterráneo. Dejaba el hermoso caos del monstruo en busca del dorado, para volver nomas, para seguir vibrando de historias y preguntas.
Cruzaba cual pájaro emigrante el océano, de vuelta al frió invierno. En contra de las estaciones; del proceso natural, de mis impulsos, en contra del viento. Pájaro solitario y seguro de si mismo. Más fuerte que la soledad Rebosando creatividad para combatir el incomprensible aburrimiento del mundo.
Cuando llegue aprendí, sorprendiéndome una vez más, de que no era más que uno más...
Choqué de morros con el muro de mis propios consejos. Me aburrí de mi soledad, la creatividad se quedo en su lugar, no viajaba conmigo. Y ahí estaba dando vueltas sobre mi mismo, mirando las obras desde la ventana que seguían haciendo ruido hasta bien entrada la noche... Comía para seguir vivo, y me animaba a salir y disfrutar sin ganas de la ciudad muerta. Vivía con dos duendes que eran el talismán de mis días, .Y una bebida de guaraná me saco la cabeza de entre mi pecho para volver a hablar de vida, llorar las palabras de mi propia infelicidad. Aprendí entonces, que no se nada de la vida, que no existe el equilibrio en el filo de la navaja, que la muerte es inevitable y que no hay lugar lindo en el mundo, sino los ojos que son capaces de verlo.

Soñaba con volver. Soñaba con sus rincones vibrantes de vida. Soñaba sobretodo de día, y los sueños eran paradójicamente los que me mantenían despierto. Buscaba sus imágenes en fotos y películas que me eran indiferentes, con tal de que me arrancaran la sonrisa de estar acá, que no es aquí, es allí. Buscaba en las voces de las personas el canto de su lengua. Las exasperantes coletillas que acompañaban las eternas conversaciones en cualquier plaza, patio, terraza... cualquier lugar era el escenario de lo espontaneo. Humor negro relleno de sensibilidad. Artistas hambrientos de esperanza, comiéndose su propia mierda, y cagando o cagándose en las obras de su propio sin sentido, Un problema para cada solución. Ahogados de la risa, de lo ridículos que somos...

Parecía no llegar el día de volver. No me daba cuenta de lo enamorado que estaba. Y siento vergüenza de gritar a viva voz: que estoy enamorado, de sentirme que le pertenezco, aunque solo sea un pedacito, de encontrar como los "normales" un nidito de conformismo, "Un lugar". Y no me dan ganas de volar en búsqueda de mis personalidades. Uno puede volverse loco sin moverse de un mismo lugar, bendito descubrimiento. Uno puede transformar la locura en una bomba que estalle en mil pedazos que incendien todas las ciudades muertas de todos los mundos; que abrasen los corazones apagados por la confusión del orden, y la paz de la sumisión a los monstruos que ordeñan nuestras ganas de dejar esta piel; estos huesitos, que son la carroza del alma que algún dios, un día, nos prestó por un ratito para contar al mundo que es normal estar solos, sentirse solos, racionar las papas para poder estudiar o estudiarnos, para poder entender mejor el sin sentido. Me pongo colorado cuando reconozco el vinculo mitológico a la tierra. Y saber por fin, que no soy de ninguna parte; y que no se puede explicar la belleza de la decadencia, del desorden, de la inestabilidad, la belleza de la inseguridad, de sentirse tranjero y extranjero a la vez, de la lechuga al precio del pollo, de las terrazas de arboles y hormigón. Y supongo que será el hecho de no tener lo que tanto contiene, lo que mantiene alerta al espíritu de la creación, a la musa de la creatividad. Será la supervivencia el impulso que nos tira desde un centro a compartir las mismas preguntas, miles de respuestas...

Reconozco también la incredulidad de lo que digo. Porque hoy es así, hoy estoy enamorado de acá, de acá que es aquí y no allí. Y mañana sin previo aviso, odiar todo lo que hoy amo, pero no puede uno perder la oportunidad de gritar a los cuatro vientos que me siento feliz; feliz ahora, no para siempre, AHORA. Feliz de mis ventanas de gigantes por las que siempre parece entrar el sol hasta cuando llueve. De que no sos vos, soy yo. Feliz de todas las cosas que me pasan por dentro; de las buenas y las malas, de no saber que hacer con todo esto. Y a la vez, las ganas de convertirlas en algo material, algo físico; algo que haga resonar en el tiempo, en las ventanas que dan a las obras, en el agua que brota de las fuentes, en las calles empedradas, en el sexo, en el fuego, en la música de las fiestas, en todo lo que parece que esta muerto. Para que algún día, no se ni para qué, ni cómo, resucite... Que resuene en lo que muere, en los que solos o acompañados, creemos que la soledad no es más que un sentimiento, el aviso del alma que te dice a través de los ojos, que la belleza no pertenece a ningún lugar, que es la emoción que sentimos cuando creemos con certeza, que nos encontramos en el camino correcto...


lunes, 19 de enero de 2015

"Invierno. Trabajo y Barcelona".

De nuevo la paradoja del tiempo. Aquí sucede mas lento. Desde que volví la vida se ha realentado. Hace ya varias semanas que volví a España, un mes y medio, mas o menos. Ahora en Barcelona. Hace unos viente días, en Bilbao. Reencuentro de reencuentros; con la familia, los amigos, las calles, panaderías... Y comprobar que allí el tiempo es aun mas lento. El cambio en todo esto, prácticamente no ha sucedido. Mis amigos llevan el mismo corte de pelo, van al mismo bar de la misma calle y en la panadería sigue la señora de siempre que parece nunca envejecer. Sin embargo, siento siempre que vuelvo, que han pasado muchas vidas cuando allí la gente paseaba su perro en el parque. Es como una profunda y pesada inspiración después de subir una cuesta. Te llena de oxigeno y te baja a tierra entre tanta agitación. Me llena aun de incertidumbre, como seria una vida así, donde el tiempo se mueve de manera casi imperceptible. Cuando te quieres dar cuenta, ya es otoño y tienes que marcharte.

Hace frió, y es de noche. En la terraza de un bar, en una calle peatonal, que une el centro modernista de San Pau y la Sagrada familia, uno a cada lado, iluminados y gigantes, con una luna menguante y despejada. Hace frió, pero los bares están abiertos hasta media noche y la gente se acurruca en las terrazas sin que le importe. Un café y una buena chaqueta. Hablando y viendo la gente que vuelve a casa de trabajar. Una pequeña tienda de comestibles muy iluminada y vacía. Los últimos adornos de una navidad pasada y ausente. Una pareja de viejitos, sentados unos frente a la otra, sin mirarse, dando sorbitos en silencio. Ella muy arreglada, el en ropa de deporte. Una mujer asiática que bebe sola y come de una cazuelita de barro. Una pareja de mediana edad que hablan de las vacaciones acaloradamente, la risa de ella, le hace reír a el.

Cuando escribí esto, era mi día libre, de mi primer trabajo. Ayer fue despedido del segundo por no querer aceptar lo inaceptable. Fue llegar a Barcelona y zambullirme en ella. Y en un país que coletea triste y desesperado, que ofrece oportunidades a cambio de silencio y condiciones de esclavitud remunerada. La necesidad es la supervivencia de los oportunistas sin escrúpulos que juegan con la vida de la gente a cambio de oportunidades, respaldados sin complejos por las leyes de un gobierno que no gobierna.
Cuando quise darme cuenta, llevaba una bandeja llena de copas, una camisa blanca, pantalón negro y zapatos de pingüino. Los primeros días secaba y limpiaba vasos durante nueve horas sin descanso, viendo la gente entrar sin parar; comer, beber, familias, turistas, camisas blancas y zapatos de pingüino correr, enfadarse, reírse, putear, saludarme... Y yo secaba vasos como espectador de un nuevo escenario. Gente desconocida sirviendo y siendo servida. El director, un gordo de traje, dirigía y vigilada aquel baile de marionetas, caótico y funcional. Un año sin trabajar y fuera de aquel ritmo desenfrenado que parecía de otra época. Después me hicieron servir unas mesas, mas tarde me dieron un rango, nunca me explicaron nada, pero no me importó. No tengo ni idea de colocar una bombilla, pero de camarero me muevo como pececillo en el agua. Siempre tuve un extraño amor/odio por esta profesión, reconozco que siento un cariño por este caos frenético que me pone a prueba en muchos aspectos. Ser rápido, eficiente, fluir entre aquella masa de personas que bailan desafiantes, mientras sorteas y te escurres entre el flujo de movimiento constante y estresante, es a veces un baile de concentración y equilibrio, de bandejas rebosantes y brazos cubiertos de platos agarrados y apoyados peligrosamente, para llegar por fin, a la mesa, donde debes colocar preciosamente todos los elementos de manera educada y objetiva, asegurarte de que todo esta en su lugar, girarte y repetir la misma escena una y otra vez, entre tantas bocas y manos que piden y reciben, un alto en el camino en el que uno debe tratar de interpretar su mejor papel.
No podría, sin embargo, sobrevivir a esto mucho tiempo, solo unos meses. Es admirable las personas que viven haciéndolo. Que su vida depende y transcurre en este ritmo constante. Igualmente sigo buscando otro trabajo mientras, por si casualmente encuentro un lugar en el que pueda ganar un sueldo mas o menos digno a cambio de mi tiempo, que no tenga un dedo siempre en el culo y los días pasen mas pacíficamente y equilibrados. Dinero rápido por un trabajo para locos. Siempre es así, y no me importa, al final acabas acostumbrándote. La hormiguita que recolecta durante unos meses, para pasar después el invierno en el hormiguero, teniendo crías o lo que sea que hagan las hormigas. Es también divertido, y al no ser casi nunca en el mismo lugar, es siempre un reto interesante. Y en unos meses, cuando todo empiece a asentarse, cruzare de nuevo el océano para volver a Buenos Aires, que extraño bastante... Parece que fue hace años, y sonrió al recordarlo.

No conozco a mucha gente aquí y paso la mayoría del tiempo libre paseando y visitando la ciudad, que es hermosa. Siempre llena de gente que camina entre los callejones de el barrio gótico que desemboca en el mar mediterráneo, azul como el cielo. Siempre soleada y plagada de terrazas en mil idiomas, flanqueadas por balcones cubiertos de plantas y ventanas con ropas colgadas en fachadas ocres. Palmeras y fuentes medievales. Iglesias agujereadas por las bombas de una guerra que todavía late entre los muros. Perfumerías del siglo XVIII y rincones con vírgenes y cirios. Barrios inmigrantes y edificios que parecen helados derretidos.
A veces, es solo una ciudad. Pero cuando te metes dentro de los pliegues de sus arrugas, descubres otro escenario de otros tiempos. La historia de un pueblo medieval, puerto de un continente. Guerras, épocas y artistas que pasearon por estas mismas calles hacia solo unos años... Ahora eran postales colgadas en miles de puestos que abundan por La Rambla.

Es una pena que no tenga mas tiempo para mi. Pero tengo que trabajar de alguna manera, para después poder vivir haciendo lo que más me gusta, y quien sabe, si algún día, poder vivir haciendo lo que me gusta... Cuantas vidas necesitaría para hacer todo lo que quisiera. Como puedo conformarme solo con esto, cuando el mundo esta lleno de rincones y personas, que viven de manera similar, en otro contexto y escenario. Otros idiomas, otros mares. Hace frió, pero no me importa. A veces no es fácil, pero no me importa. Todo es parte del juego, no es serio, pero tampoco me importa ¿Cómo seria sino? No se, supongo que no seria tan divertido, ni excitante, no para mí. La tristeza me suena a acordeón, pero esto tiene un aire romántico. Las ciudades en invierno son mas solitarias e introspectivas, pero también necesarias para comprender mejor lo que nos pasa, lo que nos mueve, los sueños que huelen a sol y playa. El invierno pasará, nada dura demasiado.



lunes, 29 de septiembre de 2014

"Nuevos aires del momento, frescos y extraños, pero buenos, BUENOS estos AIRES..."

Hoy salí de casa con la libreta bajo el brazo, con la necesidad y las ganas de escribir. Salí pensando en reaparecer en forma de palabras, en contar y recordar (ya no se muy bien para quien...), lo que es estar aquí o allí; aquí para mi, allí para los que me recuerdan.

Salí hace un rato del cine, triste y abatido, no estoy triste, solo me siento triste, y eso me ayuda a escribir, el desequilibrio, la emoción, motor de creatividad… Vi una película italiana, ultima de un festival en un centro cultural del centro, no muy lejos de mi casa, “mi casa”, suena gracioso… Una película que me regaló dos verdades, dos respuestas existenciales que últimamente venia rondando: cómo un ser humano llega a vivir en las calles de una ciudad, más allá de la cuestión económica, más allá de la posición político-social… Mas adentro, en los ojos, en su profundidad, como un ser humano, el único ser vivo capaz de sobrevivir en prácticamente cualquiera de las condiciones, se queda atrapado en los engranajes de la maquina. Maquina que escupe números, códigos, leyes y personas. Maquina trituradora de almas y sueños. Maquina siempre mirando al cielo, sin pies ni tierra… No hablo de la obviedad de la necesidad que tiene un hombre por sobrevivir al sistema, sino del proceso, del momento en que el hombre cae derrotado, cansado de luchar con la vida para entregarse a las calles del artificio y convertirse en el producto y resultado de una madre de nadie, que quiere hijos supervivientes de ambición y progreso a cualquier precio. Juego de hipócritas buscando siempre algo a cambio… Hijos arraigados a la teta mentirosa que da leche putrefacta y contaminada, pero desgraciadamente la leche que nos alimenta…

La balanza, supuse, se reparte en la certeza de creer que la vida tiene un precio y el amor, amor comercial, soporte de la tragedia de la vida. La segunda, relacionada de alguna manera con la primera: la soledad humana, la realidad de que estamos solos, solos por dentro y rodeados por fuera. Queremos entender, explicar por fuera lo que tenemos dentro… Y de eso se trata, me di cuenta, por eso estoy aquí y no allí, por la necesidad de contar (no se muy bien a quien…), a todos, todo lo que tengo a dentro, producto de todo lo que me pasa afuera… Creo que nací con esa necesidad. Con cierta certeza de que tantas preguntas contadas a través del alma, quizás, puedan traer respuestas, y quien sabe, ojala, pudieran ayudar a alguien ¡A todos!

En algún lugar de allí me desperté dejando de ser un niño, que debía transformar todo este mundo (interior), maleta cargada de historias, lecciones, recuerdos, dolores, alegrías, amor, odio, miedos y esperanza, ESPERANZA… Me siento de alguna manera, alguien que subió una montaña y desde lo alto: bajar, seguir recorriendo, con la experiencia y sabiduría de haber conquistado la primera de un horizonte de sierras interminables…

Siempre me cautivó la incertidumbre de lo que suponía ser “adulto”, y en el limbo de mi juventud, entendí la importancia de ser mayor sin olvidar lo que fue un día ser niño… Porque hacerse mayor, no es como la maquina enseña: armarse de responsabilidades, dependencias, prejuicios, miedos y olvidarse… olvidarse de los sueños, la magia de estar vivo; el sentido de estar vivo para uno de acuerdo a todo lo demás…

Y por pura acumulación de millones de circunstancias llegue aquí, por un nuevo amor: “el clown”, ese ser interior que descubrí como Alicia en su país maravilloso del subconsciente en la selva chiapaneca mexicana, entre las ruinas de un imperio y el renacer de una nueva era…
Se llama Buenos Aires, ciudad melancólica, puente emocional y centro artístico de nuevas generaciones en continuo movimiento expresivo, explosión cultural de enamorados del drama y la tragedia. Hermoso encuentro de espacios comunes donde compartir la soledad como elemento creacional y evolutivo, para enseñar como hacían nuestros ancestros, directo y a los ojos…

He necesitado estos siete meses como esponja tirada al océano, la absorción de las corrientes para llegar al fondo, a la base, para sentarme y asentar el nuevo viaje de un nuevo mundo…

Fue prácticamente imposible sentirme extranjero en esta ciudad de extranjeros. La segunda comunidad de vascos más grande del mundo esta aquí, y casi siempre te regalan una sonrisa cuando conocen tu origen, pues directa o indirectamente casi todos los “porteños” se sienten enraizados a esta parte del continente… A los “gallegos”, termino que nos incluye a todos los españoles, los quieren como el recuerdo a un ser querido que en otras épocas les contaba historias de otras tierras y otros tiempos. Y es difícil no sentirse querido aquí… Hubo muchos lugares en el mundo donde me sentí muy bien, pero muy pocos, como es el caso, donde me sentí como “en casa”. Y por todo esto y muchas cosas más, que comencé a sentir un cierto amor por esta ciudad, que hacia meses era una desconocida para mí… Son muchas las cosas positivas y prácticamente inexistentes las negativas con las que esta “megaciudad” me recibió.

La oferta cultural es inagotable, accesible, local y subvencionada, como una necesidad social porque cada uno encuentre su lugar aquí, su forma de expresión activa o pasiva, su rincón donde regalarse o regalarle al alma obras de cordura y locura consciente para un pueblo inmerso en el continuo sicoanálisis del ser…

Una ciudad que nunca para y se reinventa, y aunque lejos de ser el paraíso, parece, (sin tener las respuestas), tener la fuerza suficiente para seguir buscando las preguntas… Y todos sabemos que: “el que busca encuentra”…

Es difícil explicar lo que estoy haciendo porque me siento como el bolso de “Mary Poppins”… Pero el payaso contemporáneo que estoy explorando, aunque con bases circenses, se alejó un cachito para fusionarse con el teatro. Busca la necesidad de encontrar la manera, la clave, un lenguaje poético y metafórico para crear un espejo con el publico entre la soledad del ser y la humanidad ingenua del “clown”, siempre presente y atento al torbellino emocional de este encuentro de humanos perdidos en su propia incertidumbre… Jugamos a ser personajes sin dejar de ser nosotros mismos, ¡y que difícil es ser nosotros! Me es complicado explicarlo, porque yo mismo estoy empezando a entenderlo… Solo se que me apasiona este nuevo viaje, en el que hace mucho tiempo, cansado de ser espectador pasivo de mi propia existencia, pretendo convertirme en el creador activo de mi propia experiencia, de la búsqueda de mis verdades en continua transformación… Esta vez, como muchas otras ocasiones en las que decidí escribir, no tengo una gran aventura que contar, porque la aventura ahora es mas por adentro que afuera, y extrañamente se ha convertido en algo nuevo para mí, en la aventura de la “estabilidad”: una gran ciudad, como pocas veces y por poco tiempo he vivido (nunca me gustaron mucho las ciudades grandes)… Un piso en larga estancia, una rutina, horarios y objetivos concretos, fines de semana, vacaciones, un autobús que me lleva a clase… ¡No vivía así desde que deje la escuela! Pero me sienta bien y tenia la necesidad de un paro en el camino, dejar la mochila aparcada por un tiempo y dedicarme a ordenar un poco los cajones repletos de fotografías, personas, conversaciones, astillas, olores, sabores y amores… Pero no puedo, sin embargo, en muchas ocasiones, sentirme perdido, a veces, con ganas de escapar ¿Pero escapar a donde? ¿De quien? De mi, casi siempre… Un barquito de papel flotando en un mar inmenso. El mar, escenario repetitivo de mi centro, centro de calma y equilibrio del subconsciente. Se están generando dentro de mi, remolinos emocionales que estallan y recorren mi cuerpo intensamente, llevándome a espacios desconocidos e infinitos, que a veces me es difícil encauzar. El arte de nuevo, lenguaje del ser humano para intentar entender tanto y exteriorizarlo, compartirlo como recurso para no explotar en mil pedazos de dudas y soledad. Para que otros caminantes en cientos de direcciones se crucen, conecten y reinventen el misterio de vivir… “Y el tiempo”, mi aliado, y ahora, centro de mi propia investigación… Tiempo perdido, tiempo que no va a ninguna parte, tiempo que pasa e intentamos arañar un ratito mas, pero se nos resbala entre los dedos y miramos atónitos mientras se lo lleva el viento hacia otros lugares de donde no volverá jamás… Y en la ciudad, todo es cuestión de tiempo, sujeto a las agujas del reloj me deslizo entre números que se repiten continuamente… “¿Crees que vas a vivir toda la vida? Dijo el conejo a la planta “madre”, que su único objetivo era ser árbol”… Pero no puedes escaparte, debes, para mantener cierta cordura, caminar junto a él. Fluir y sobrepasar los obstáculos que a veces duelen, duelen mucho. Pero son esos obstáculos la voz del teatro, de mi teatro.

Y en la ciudad del tiempo, que casi siempre necesita dinero, encontramos la manera de sobrevivir. En la semana hacemos comida en casa, empezamos con un par de tortillas de patata en “pintxos” y bocadillos; con un pimientito y un pan untado de tomate, aceite y ajo. Ahora, meses después, con constancia y confianza llevamos un pequeño menú a las tiendas, comercios y mercado del barrio. Ya nos conocemos y nos esperan tras los puestos y mostradores para ver que tenemos de nuevo esta semana: unos bollitos de muzarella, calabaza y orégano al horno, con lechuga, cebolla caramelizada y una vinagreta de mermelada. Pequeños croissants de queso y cebolla. Un taper de comida casera que cambiamos cada semana y la tortilla de patata ¡que se ha convertido en un clásico! Salimos a las 12 cargados con un cajón lleno de comida, una mochila con cubiertos, pan, servilletas y un par de termos con algo caliente para el invierno. Después de mi último viaje a la India traje piedras semipreciosas, que vendo los fines de semana en el mercado de artesanos, ¡y que también funciona! Y así, pasito a pasito encontramos nuestro lugar, el tiempo y la manera para llevar a cabo las ganas, proyectos y los sueños, que trajimos del otro lado del océano, a donde llegan ahora las historias de otro lugar al que llegando con las manos en los bolsillos, voy abrazando como un nuevo hogar, siendo mi espacio y conectando con otra nueva realidad.

Vivimos cerca del centro, "vivimos": las chicas: compañeras ya desde hace años del camino, un chico de Valencia, payaso de encuentros, otras historias y otros lugares...  en la otra habitación que primero fue colombiana, ahora es mexicana y será francesa, y yo... Es el barrio de San Telmo, histórico, en donde los antepasados, emigrantes europeos, comenzaron a asentarse en busca de una vida mejor escapando del hambre de la guerra. Cerca del típico barrio de la boca y el “rió de la Plata”, puerto antiguo ahora el mas moderno de la ciudad, desde donde en los días mas despejados alcanzas a ver Uruguay. Y de alguna manera me recuerda al paseo de la ría bilbaína, incluso con un puente de Calatrava muy parecido al que cruza la ría desde las “torres Isozaki”.

Tengo una bici, que me lleva a casi todas partes entre el tráfico y las anchas avenidas del gigante. Casi todos los días “bicicleteo” un par de horas, aliviado un poco de los atestados y largos viajes del “bondi” (autobús) de la ciudad.

Los precios cambian continuamente, y la inflación, pesadilla del país y muy sufrida por el obrero estático en un sueldo prácticamente estable, sube continuamente, como un 30% al año… Lo que esta semana son 5 pesos, puede ser tres e incluso cinco veces más a la semana siguiente y a veces, no baja más, así que entre equilibrios vamos subsistiendo con suerte con lo que hay. Debido a una política estatal en intento de autogestión; las importaciones son caras y escasas, y el país consume la mayoría de lo que produce, lo cual quiere decir, que el mercado es limitado, y una fuerte lluvia puede dejar algunos supermercados casi vacíos o el tomate al precio del pollo… Y es así, te acostumbras y gruñes, y esa semana, pues no comes tomate…


Y es así, así es… Y así, aquí y no allí, en este rinconcito sudamericano, voy resurgiendo y floreciendo a través de la experiencia y los nuevos aires del momento, frescos y extraños, pero buenos, buenos estos aires…


domingo, 2 de febrero de 2014

"Camino a Nogriat y los puentes de raíces..."

Era el mediodía y estábamos agotados y medio enfermos. Hacía calor. Las aceras estaban llenas de gente y el mercado sobre ellas, a ras del suelo. Debías alternar la mirada hacia delante para no chocar buscando el hueco de paso y a los pies para no pisar los puestos. El tráfico y los gritos de los vendedores provocaban un ambiente denso y pesado. Coline había quedado atrás con las mochilas, mientras yo, buscaba la imposible estación de “jeeps” compartidos. Algunos me habían dicho que no había, otros que sí, otros que debía reservalos con un día de anterioridad, otros no entendían o no contestaban… 
Habíamos pasado las últimas tres noches sin dormir mucho. Una noche en el tren y dos en un hotel horrible de ciudad; solitario, triste y  plagado de mosquitos, el cual, pasamos dos horas buscando después de ser rechazados por otros cientos…
Preguntando, preguntando y preguntando, encontré en el segundo piso de un parking sucio y atestado el que buscábamos. Así que volví sobre mis pasos, y en el camino, pregunté en los hoteles por una habitación barata y tranquila. Decidimos que sería mejor descansar y dejarlo por aquel día.

Nos encerramos en la habitación y caímos rendidos sobre la cama. Aquella parte fuera de los circuitos turísticos de la India nos lo estaba poniendo difícil y nos exigía grandes cantidades de energía, estábamos a punto de renunciar e irnos a otras zonas más accesibles y sencillas del país. Todo se movía lento y dificultosamente. En muchos hoteles no aceptaban extranjeros, te hacían rellenar extensos formularios o te pedían el certificado de matrimonio…
Dormimos y comimos algo en la calle, y decidimos darle otra oportunidad hasta el día siguiente…

Nos despertamos. Habíamos pasado una buena noche. Pagamos la habitación y desayunamos. Hasta aquí todo perfecto; nadie nos intentó engañar, los precios eran justos y nadie nos trajo pan en vez de tortilla…
Cogimos las mochilas y fuimos hacia la parada para irnos al sur en uno de los “jeeps” compartidos. Llegamos y resultó que el vehículo no tenía la habitual “vaca” para subir las maletas. Esperamos al siguiente, y por alguna extraña razón, quería cobrarnos también por el equipaje, los locales no pagaban y nosotros también nos negamos. Discutimos y yo pregunte a los otros conductores si debíamos pagar, todos dijeron que no. Se negaron a llevarnos. Seguimos discutiendo, Coline lloraba desesperada e impotente y yo me enfade muchísimo. Estuvimos de nuevo a punto de renunciar, hasta que un conductor y hora y media después, se apiadó y cedió. Así que finalmente nos subimos y nos fuimos riéndonos y motivándonos el uno al otro hablando de la situación, de la gente, el ser humano y la aventura de viajar en la India…

Fuimos dejando la ciudad atrás, y el paisaje anunciado como el: “más húmedo de la tierra y la Escocia del este”, era seco y árido. Era realmente bello, y muy diferente a las montañas del norte. Me hacía recordar a Oaxaca, la costa del sureste en México. Tras una curva, bajo un puente, el paisaje se partió en dos y un inmenso cañón caía precipitadamente sobre un río, que parecía una línea pintada sobre el vértice de un valle cubierto de densa jungla virgen y deshabitada. Aquellas vistas nos acompañaron maravillosamente hasta nuestro destino: un pequeño pueblo situado en el risco del acantilado llamado: “Cherrapunjee”.


 Elegimos la única opción del pueblo, que era un hotel situado en la mismísima parada, acompañado de la orquesta automovilística local día y noche en el segundo piso de un edificio, que consistía en un pequeño restaurante de cuatro mesas y dos habitaciones contiguas, una más cara que la otra, incomprensiblemente por qué… Allí nos instalamos y comimos en el restaurante intentando decidir cómo llegar al famoso pueblo de “Nogriat y sus puentes de raíces”, para el cual, no había carretera y andando era la única manera de ir. Preguntamos a la joven que nos atendió en una especie de inglés, y segundos después nos entregó la fotocopia de un mapa escrito a mano, que consistía en un puñado de garabatos con los nombres de los pueblos de alrededor, y algunas distancias de referencia con el nombre del pueblo donde estábamos como punto de partida. Al día siguiente comprobaríamos que necesitaríamos más información para poder llegar a él… 
Dimos un paseo por la zona. La gente nos miraba con curiosidad y tímidos. Algunos nos saludaban, otros giraban la cara cuando les mirábamos y los niños, “niños” en todo el mundo, se reían y hablaban en su idioma señalándonos y jugando a nuestro alrededor haciéndonos las preguntas que habrían aprendido en la escuela. Llegamos a un colorido cementerio en lo alto de los campos color ocre y nos sentamos donde alcanzábamos a ver Bangladesh al otro lado del valle. Decidimos preguntar si nos guardarían una mochila para llevar en la otra lo necesario con: los sacos de dormir, una muda, unas chaquetas para la lluvia y el innecesario mapa de papel gastado. Volvimos y aceptaron, pues hacer la caminata de cinco horas selva a través con las enormes mochilas era prácticamente imposible. Después allí buscaríamos algún lugar donde pasar la noche. La ida hasta el pueblo consistiría en llegar hasta las cascadas de Nohkalikai, las cuartas más altas del mundo, y encontrar el camino que bajaba de lo alto del cañón hasta el río durante otras tres horas para finalmente llegar al poblado.

Cenamos en otro edificio de cemento y luces de neón, y paseamos de noche en el mercado local, donde en celdas de cemento y chapa, las mujeres de la zona vendían pescado sobre cajas de cartón iluminados por una extraña chimenea de gasolina. Les hice unas fotos y se las mostré, mirándolos con asombro y riéndose tímidamente cuando las vieron. 


Al volver compramos algo de comida y bebida por si no encontrábamos mucha durante el camino… En la habitación repartimos minuciosamente las mochilas, y nos dormimos con la música a todo volumen de los trabajadores que limpiaban su autobús en el medio de la plaza y de la noche, acompañados por el coro de una banda de perros callejeros.

Despertamos poco después del amanecer y antes de que sonara la alarma del móvil. Fuimos a desayunar al pequeño y vacío restaurante del hotel (éramos los únicos), habiéndonos asegurado la noche anterior, pues era domingo, de que podríamos comer algo por la mañana. Resultó finalmente que no, que no había comida y desde la ventana señaló el edificio de cemento. Fuimos hacia allí, y dos niños agachados tras el mostrador jugaban con el móvil y comían fideos haciendo y pretendiendo que no nos veían. Les llamé y me miraron con una expresión de: “¿A qué viene éste a estas horas a tocarnos los cojones?...”, expresión bastante habitual. Pedí algo de comer y me señalaron el mostrador de comida que se subdividía en sus dos únicas opciones: Curry de cerdo frío y del día anterior o “noodles” secos y fríos del dia anterior. Nos decantamos finalmente y con convencimiento por un cuenquito de noodles secos y fríos del día anterior, con una cucharadita añadida de una pasta verde de un aparecido cuenco, (Coline no quiso “cucharadita”), y dos tés locales con grumos flotantes. Pagamos el delicioso, rehabilitador y único desayuno del pueblo, volviendo a la tienda a por más galletas. 
Le dimos a la chica la mochila, y con lo puesto, nos fuimos pueblo arriba pasando entre las pequeñas casas de los locales, que más simpáticos nos despedían. nos gritaban cosas mientras los niños corrían hacia la puerta para vernos pasar por delante, hasta que las dejamos atrás, paseando por los prados y las colinas salpicadas por zonas de una extraña y verde vegetación tropical.
Una anciana y (supongo) su nieta se cruzaron con nosotros, vestían un traje tradicional y portaban un cesto de bambú sobre la espalda sujeto con un asa a la frente lleno de paja seca y ramas, la niña llevaba también una hoz en la mano y sonreía sorprendida al vernos, hasta que abandonaron por otro pequeño camino que se alejaba a unas minúsculas casas de piedra y paja. 
Llegamos sin dificultad al conjunto de casetas y pequeños restaurantes que se amontonaban alrededor de la “entrada oficial” a las cascadas, donde nos hicieron pagar mientras escondía mi cámara para no tener que pagar también por ella. Se había convertido en un reclamo turístico por lo que los “astutos” locales levantaron una verja en el camino por la que debías pasar obligatoriamente para seguir tu camino, pagando una pequeña entrada, claro. Las cascadas en sí no impresionaban mucho, porque estábamos en época seca y no había demasiada agua en los ríos. Pero su altura y las vistas de la estrecha brecha de agua constante, que se abría cayendo precipitada por los extensos acantilados que nos rodeaban,, convirtiendo el interior del cañón en una selva verde e interminable que se perdía de vista, prácticamente deshabitada, era increíble. En la base de la cascada había una piscina natural de agua cristalina y turquesa.


 Preguntamos dentro: “¡Way to Nogriat, walking… No-gria-at! Una señora de uno de los puesto de comida nos explicó que debíamos seguir el sendero hasta el acantilado y después… Bajar, bajar y bajar… 
Parecía fácil pero la hierba comenzó a crecer, el camino desaparecía, y cuando llegamos al acantilado no existía camino ni se veía nada parecido entre la vegetación que nos rodeaba. Nada parecido a un pueblo en el interior, Solo una fábrica a nuestra izquierda y a nuestras espaldas quedaba la cascada y la entrada principal. Nos dimos cuenta de que estaríamos realmente perdidos allí dentro si se nos ocurría improvisar una ruta alternativa. Debíamos estar completamente seguros porque en caso de que debiéramos volver, la subida del cañón sería realmente dura y a las cinco de la tarde empezaba a caer la noche, pronto sería medio día… Tiré la mochila un poco desesperado porque en India todo es inevitablemente más difícil, la lógica no existe, y cada una de las acciones cotidianas son casi siempre lentas, absurdas y completamente surrealistas, indiferentemente del tiempo que lleves en el país o si las has repetido cientos de veces. Cada una de ellas es siempre un suceso de situaciones y hechos que son nuevos y a cada cual más sorprendente. Y cuando piensas que algo ya no tiene solución, que estás perdido o te derrumbas agotado de desesperación gritando: ¡Animales y gente, haber, vamos a organizarnos un poquito joder! Encuentras asombrado una salida a los problemas y te ríes aliviado, y sigues tu camino, habiendo pasado toda una mañana para comprar un billete de tren, discutiendo con un taxista por dejarte en el otro lado de la ciudad o porque quieren cobrarte por las maletas… O intentando averiguar donde está el camino para bajar al pueblo que estas buscando… Y para que veáis que no miento os cuento como se desarrolló exactamente la situación: Mientras Coline se quedaba allí con las mochilas yo volví el camino hacia los puestos y la señora que me había indicado el camino se escondió en su tienda. Una familia de turistas indios todos gordos e idénticos se compraban en una de las tiendas sombreros de baquero y pamelas de paja, todos disfrazados me vieron y después me preguntaron muchas cosas y se sacaron muchas fotos conmigo, yo impaciente por encontrar el camino, tuve que forzar la despedida casi saliendo corriendo hasta que vi una pareja de jóvenes que construían unas cestas sentados en el suelo. Uno muy bajito para su edad me señaló hacia el acantilado y bajó los cuatro dedos de la mano hacia el suelo en señal de descenso, le intenté explicar que ya me habían dicho lo mismo, pero que no había ningún camino ¡Nogriat! Gritó de repente. Le dije que sí, miro al otro chico y hablaron un rato en su idioma haciendo gestos y mirándome de vez en cuando. Finalmente volvió para mirarme y me gritó: ¡Come! Y seguí al enano a paso ligero mientras la gente de los puestos se reía de él por ir conmigo. Parecía buscar a alguien preguntando a todo el mundo que se encontraba, dimos varias vueltas absurdas. De nuevo en la entrada habló con dos viejitas que pelaban una rara fruta naranja sobre un cesto, hablaban las dos a la vez y me miraban sonriendo con la boca y los dientes de rojo intenso, debido a una mezcla de especias que mastican continuamente en el país y les tiñe la boca de un color parecido a la sangre. El enano desapareció y después de esperar algún tipo de respuesta de alguien, un hombre de unos treinta años me dijo que no, que era imposible bajar sin un guía, que eran casi cuatro horas a través de la selva y el pequeño camino de dividía continuamente. Lo volví a intentar (aquí es importante no darse nunca por vencido), y unos minutos después de intentar explicarme, un chico de mi edad que hablaba bien inglés me dijo que me llevaría hasta el camino, que era un camino largo y duro, pero bastante sencillo de llegar, seguir el camino en dirección a las minúsculas parcelas, que minutos después me señaló y se podían distinguir, como puntos blancos pintados a lo lejos sobre el río. Después me hizo ver que estábamos sobre un camino que caía en picado adentrándose profundamente en aquella dirección. Le di mil gracias y sin mucho tiempo que perder, volví dando saltos a por Coline, que esperaba preocupada. Le conté la historia por encima. Después bajamos durante mucho rato descendiendo por escaleras naturales, troncos de madera y un camino, que era mas un surco en la tierra, bajo altos árboles que cubrían el cielo de verde y los sonidos exóticos que atraían tu mirada desde todas las partes. 
Después de un rato, llegamos de repente a una casa del tamaño de una habitación, echa de cemento y paja. Al frente y en medio de la nada una familia de cinco miembros: un hombre que sentado sobre sus pies fumaba lo que parecía opio en una pipa de bambú, descalzo y la camisa completamente desabrochada. La mujer agachada pelaba con un machete una caña de azúcar. Después tres niños pequeños, el menor, prácticamente un bebé, lloraba con fuerza agarrada a su madre asustado. Los padres se reían con el mismo líquido rojo en la boca y nos ofrecían asiento con la mano. La madre nos dio caña de azúcar que masticamos sorprendidos de la dulzura de su sabor y escupíamos después al suelo. Sin hablar prácticamente en inglés, nos explicaron que nos habíamos confundido, que tendríamos que volver y bajar hacia el otro lado. No sabíamos de qué hablaban ni dónde nos habíamos confundido, solo señalaban continuamente hacia arriba y después para abajo. Insistimos… hasta que el hombre que creo que entendió, cogió su pipa y un zurrón y desaparecimos por entre las cañas con él (que esperaba me habría entendido…), y el bebé colgado en su cuello, que devolvió a su hermano mayor metros después porque no dejaba de llorar, aterrado porque no entendía que hacía allí esa pareja extraña de blancos con mochilas, llevándose a su padre, lo cual, me pareció muy buena idea, porque no comprendía como habría podido hacer el niño colgado de su cuello, o el padre, llevándolo por el camino que nos disponíamos hacer y fue toda una aventura.
De entre las cañas altas como nosotros, llegamos de nuevo a la pared del acantilado, que caía varios metros al vacío y por donde había un sendero de menos de medio metro de anchura por donde bajábamos precipitadamente con las mochilas, persiguiendo al hombre, que unos metros más adelante, recorría aquel camino airosamente y sin decirnos palabra. Nosotros riéndonos nerviosamente, Procuramos de pisar con cuidado, pues nos asustamos un par de veces por alguna roca que se desprendía y caía a trompicones hasta perderse de vista. Pasamos por una especie de cueva hundida en la pared de la roca donde parecía alguien había echo un fuego no hacía mucho tiempo. Llegamos sudorosos y triunfantes hasta lo que era un camino más estable y seguro. El hombre se puso en cuclillas, y de la bolsa sacó una gran moneda de “dólar” que nos enseñó diciendo: “¡America guy, give me!”. Entendí que esperaba un regalo, más como obsequio o recuerdo que como precio, y recordé que tenía una moneda de diez céntimos en la riñorera y se la entregué. La miró satisfecho y sonrió agradecido, nos dimos la mano hasta que desapareció casi corriendo sobre nuestros pasos gritando: “¡Bye!” A lo lejos.

Bajamos unas dos horas más, perdiéndonos en un denso “bosque lluvioso”, rodeados de cientos de mariposas multicolores que se espantaban y revoloteaban curiosas a nuestro alrededor.

Nos temblaban las piernas del intenso descenso, oyendo el río cerca, señal de que estábamos muy cerca del final del camino. Orgullosos y contentos de haber echo ya gran parte del recorrido sin problemas mayores, llegamos a un árbol de grandes raíces que escondían tras él una de las cosas más fantásticas e increíbles que haya visto nunca… Las rodeamos, y una pasarela natural, originaria del árbol que habíamos visto, pasaba a gran altura sobre el río hasta una roca gigante, la cual, conectaba con otro puente colgado echo de cables de acero. Habíamos encontrado uno de los famosos puentes de raíces, que no llegaba a imaginar cuando leía sobre ello, y materialicé al instante cuando lo vi ante mí. Leí que los aldeanos “Khasi”, la tribu de la zona, habían moldeado las raíces del “ficus”, de manera que se convertían en ingeniosos puentes naturales que se habían extendido durante mas de un siglo creando un decorado que parecía salido de una película de: “El señor de los anillos”. Nos miramos estupefactos y maravillados. Andamos sobre él, agarrándonos fuertemente a las gruesas raíces entrelazadas y cubiertas de musgo sobre el río, que serpenteaba entre grandes rocas claras, bajando con fuerza y formando preciosas piscinas naturales por el camino, que desde lo alto, veíamos completamente tranquilas, cristalinas y de un azul intenso que daban ganas de bebérselas.



En el medio de los dos puentes nos paramos, y Coline hambrienta se puso a sacar lo que llevábamos. Yo acalorado del camino y por la magia del lugar, no pude resistirme y me quité la ropa quedándome en calzoncillos. Escalé descalzo las rocas y bajé a darme un baño en aquellas aguas claras y puras. Me acabé de desnudar y veía a Coline comer encima de la gran roca, a sus lados los dos puentes se extendían hacia mis espaldas. Me metí en el agua que estaba perfecta y nadé subiendo río arriba, escalando entre las pequeñas cascadas y corrientes, quedándome a veces, tumbando boca arriba en algún pequeño pozo con los ojos cerrados, la cabeza apoyada sobre la piedra, mientras el agua recorría todo mi cuerpo masajeándolo hasta escaparse por alguna de las grietas entre las rocas. Volví renovado y secándome al sol comí un poco de pan con una lata de sardinas y después algunas galletas con mermelada. Me vestí y seguimos, todavía teníamos que llegar al pueblo.

Al pasar el segundo puente todo fue más sencillo. Un camino de cemento subía y bajaba entre altas palmeras, flores tropicales y arañas gigantes. Se sentía la humedad y el sol estaba bajando.

Llegamos un par de kilómetros después al pequeño pueblo escondido en aquel pedazo de paraíso. Una casita baja en un jardín natural de flores silvestres anunciaba: “Rest house”. Preguntamos y efectivamente tenían una habitación donde podríamos quedarnos con ellos, también hacían comida si queríamos. Nos pedían un precio un poco alto por la estancia, así que decidimos averiguar, si había otro lugar en alguna casa del pueblo más económico para pasar la noche. Llegamos entonces al más impresionante de todos. Las dos partes de la pequeña aldea, se dividía por un precioso río en el que habían construido una especie de piscinas, cruzado por otro árbol “ficus” enorme, del que salían dos puentes semi-perfectos como dos brazos que se agarraban incrustados a las rocas de nuestro lado.
Aquel gigante que con la ayuda de los miembros que varias generaciones allí perdidas, en plena naturaleza salvaje, habían ayudado a crear un aliado, que les ayudara a sobrellevar los monzones para poder pasar al otro lado cuando el río se convertía en un caudaloso torrente infranqueable.


Cruzamos, más que recompensados por la dura caminata, y boquiabiertos admirábamos aquel cuento de hadas: el pueblo que consistía en pequeñas casas de bambú; piedra, paja y chapa, dispersas y perfectamente integradas en aquel entorno natural. En la base de un cañón, que ahora se levantaba majestuoso a nuestro alrededor, como gigantescas paredes que convertían aquel lugar en inaccesible, único y mágico. Tras pasar al otro lado, los también oportunistas “Khasi” habían colocado una pequeña puerta de madera, que no servía prácticamente de nada, y una mesa plegable con refrescos y un cartel, que te exigía pagar una entrada por el privilegio de encontrarse en aquel lugar. Rodeados de mujeres y niños que nos observaban atentamente, pagamos a regañadientes un poco decepcionados de la realidad de un capitalismo que no conoce ya de fronteras ni pueblos. Aislados prácticamente del mundo habían aprendido rápido a como hacer dinero fácil. Unos metros después, una gran concentración los habitantes del pueblo, se encontraba rodeando dos jóvenes más modernos y con unos “walkies” colgados del cinturón. Nos hablaron en perfecto inglés en medio del grupo que nos miraba absortos. Preguntamos por un alojamiento y nos señalaron una casa verde que había más abajo. Después nos enteramos que la desubicada pareja de jóvenes era parte del equipo que acaba de rodar un documental de aquel paraíso desconocido para: “Nathional Geographic”. Comprendí entonces que aquella maravilla de sitio no volvería a ser nunca más como nosotros lo encontramos, demasiado mágico, pero no tan escondido, como para permanecer inaccesible a los ojos de los que buscan la belleza de los rincones más recónditos del planeta. Que afortunado me sentí entonces de haberlo podido ver así, con la esencia aún de otros tiempos y sin estar aún demasiado corrompido por los mundos de los que yo vengo.

La segunda casa no nos convenció, el precio era el mismo, las habitaciones estaban sin acabar, prácticamente sin paredes ni puertas, unos colchones sobre unos somieres viejos y un dueño con demasiada palabrería que me causaba un poco de desconfianza. Volvimos a la casa, y los dueños nos mostraron la pequeña habitación, un poco tímidos y nerviosos. Nos tiramos sobre las camas derrotados, y descansamos con la caída del sol.

Cuando desperté Coline se había ido y se empezaba a notar como la oscuridad empezaba a envolverlo todo con su velo. Salí y tampoco había nadie en la casa. Me fui a pasear adentrándome por los estrechos caminos que entre la vegetación te llevaban a las casas esparcidas en los alrededores formando la diminuta aldea. Las casas, eran prácticamente un cubículo de máximo dos plantas donde vivían varias generaciones juntas compartiendo el mismo techo y hasta la misma habitación. Las mujeres lavaban la ropa o cocinaban a puertas abiertas, mientras los hombres veían los viejos televisores o se sentaban fuera a contemplar la vista que lo cubría todo.
Llegue a una iglesia de color azul cielo en lo alto desde donde divisaba el camino y los tejados.


Me parecía increíble hasta donde llegaban las telarañas de la acaparadora institución, insaciable siempre por “extender la palabra de Dios”, incluso entre las fronteras y países que tradicionalmente poseían ya una cultura y rituales muy diferentes, más "animistas" y más en contacto con el entorno, en completa armonía y sin la necesidad de un ser superior y desconocido que nada tenía que ver con aquel mundo de naturaleza y comunidad. En fin, la misma historia de siempre supongo…
Bajé más con el sol, donde un gran grupo de niños de entre 3 y 6 años jugaban y reían de manera que era un placer sentarse y admirar la pureza e inocencia de aquellos seres, que aún no sabían de religiones, ni sexos, ni de bienes materiales… eran como ya rara vez se ven a los niños, que crecen en pequeñas comunidades fuera de la podredumbre de las ciudades y al corrupción de la “máquina”. Me senté durante más de una hora cuando se acercaron a observarme sonrientes, jugando, tocándome y haciendo chistes que yo no entendía, pero que parecía causarles mucha gracia. Les hacía fotos, y todos apelotonados, se congregaban a pocos centímetros de la cámara haciendo gestos y moviéndose exageradamente como si de un vídeo se tratara. Me hablaban y me agarraban de las manos, mientras los otros tocaban todos los botones de la cámara viendo sus fotos una y otra vez, hasta que una anciana bajó y muy amable me habló de cómo sus antepasados, desde hacía más de cien años habían construido los ingeniosos puentes, de cómo sus hijos se habían marchado a las ciudades en busca de una vida más moderna y más artificial…


Pensaba en todo aquello mientras me alejaba de vuelta a la casa, viendo pasar mujeres y hombres que descendían de los bosques con los cestos de bambú colgados de la frente, cargados de madera y hojas sobre su espalda.

No había luz entonces, y nos iluminábamos con la luz de las velas fumando en la pequeña terraza del jardín, mirando hacia la oscuridad y envolviéndonos con los extraños sonidos que procedían de todas las direcciones.
Con un sentimiento de paz y la sensación de haber descubierto un nuevo mundo, entramos y cenamos la deliciosa comida que la familia había preparado para nosotros, y flotando en el aire, nos deslizamos dentro de nuestras camas.
Miraba como la diminuta llama de la vela sobre el vaso, bailaba al son del viento y se retorcía dando una plácida calidez a la habitación, y mientras iba cayendo dormido con el silencio de la noche, soñaba que estaba en un paraíso perdido, rodeado de gentes ancestrales, que habían crecido como las raíces de los ficus, que centenarios, veían pasar el tiempo, acariciados por los ríos jóvenes y nerviosos, bajando precipitadamente de las montañas para unirse al cauce del progreso sin mirar atrás, inconscientes de lo que allí dejaban, ni de la importancia de sus aguas para que todo aquel conjunto perdurara puro y por siempre, más allá de las memorias y más cerca de la tierra, para que los próximos encontraran allí las raíces y los pozos, que antes o después, los llevaban irremediablemente a orillas del cauce para perderse en los mares de la vida.

Antes de caer profundamente en el sueño, sonreí. Sonrío. Y mientras escribía esto pasamos por extensas praderas donde vimos rinocerontes asiáticos, elefantes, gacelas, búfalos de agua, campos de arroz y mostaza. Llegamos a la segunda isla fluvial más grande del mundo, y nos perdimos conociendo otros pueblos y otras tribus, escribiendo en las páginas de mi memoria otras historias y otros cuentos, que son la realidad modificada de mis días y la musa de mi imaginación. Os recuerdo a vosotros y de todos, transformo mi mundo en palabras, y aquí, os lo regalo.