"Cuando uno viaja, siente de una manera muy práctica el acto de renacer. Se está frente a situaciones nuevas, el dia pasa más lentamente y la mayoría de las veces no se comprende ni el idioma que hablan las personas. Exactamente como una criatura que acaba de salir del vientre materno. Con esto, se concede muchas más importancia a las cosas que nos rodean, porque de ellas depende nuestra propia supervivencia. Uno pasa a ser más accesible a las personas, porque ellas podrán ayudarnos en situaciones difíciles. Y recibe con gran alegría cualquier pequeño favor de los dioses, como si eso fuese un episodio para ser recordado el resto de la vida.
Al mismo tiempo, como todas estas cosas son para nosotros una novedad, uno ve en ellas solamente lo bello y se siente más feliz por estar vivo..." (Paulo Coelho)

viernes, 25 de febrero de 2011

La suerte en el culo y pingüinos en la playa...Segunda parte

Todo empezó como el presagio del vuelco que daría mi vida en los días posteriores cuando cogí la furgoneta por primera vez hará alrededor de una semana y media. Salí con mi amigo de Portugal, antiguo dueño de la “furgo” y su novia de Alemania a conducir por las calles traseras de la casa donde nunca hay mucho tráfico. Yo no estaba muy convencido porque aquí como antigua colonia inglesa que es, se conduce por la izquierda, el volante está a la derecha y las marchas las cambias con tu mano zurda a la altura del volante. Así que como algún día tenía que empezar, mejor con ellos que solo, subí en mi furgoneta de 24 años, me senté en el asiento del copiloto, cambiando las marchas con mi mano tonta y conduciendo por el lado contrario y como por primera vez, me sudaban las manos al volante. Entre risas y nerviosismo y con una pequeña caravana que formamos tras nosotros, decidimos parar a un lado para dejar pasar a los coches ¡Lo haces muy bien! Decían, y yo sudaba como un pollo. Y entonces en aquella calle que no pasaba nada ni nadie, pasó y resultó que había alguien. Reanudé la marcha y como no controlaba mi parte izquierda porque conducía al otro lado, noté como golpeé uno de los coches que estaban aparcados. Nos miramos y alguien dijo: ¡Corre, corre! Y con la velocidad de un auténtico principiante, convertimos la fuga de alcatraz en una distancia de tres metros cuando la única persona que había en la calle se encontraba dentro del coche que chocamos y empezó a pitar con fuerza. Volvimos a mirarnos y dijeron: Para… Paré y bajamos. El hombre del coche bajó y vimos que se trataba de una pequeñísima hendidura en la parte de atrás. Intentamos disuadirlo con sonrisas y mil perdones e incluso creo que mi amiga utilizó sus armas de mujer. No hubo manera, así que sin carnet de conducir ni seguro, lo mejor era callar y atenerse a las consecuencias. Intercambiamos teléfonos, mi amigo dio su número de pasaporte para más seguridad y decidimos llamarnos en los próximos días para arreglar el accidente. Volvimos a la furgoneta y mi amigo siguió conduciendo, hablamos de la minucia, de la insignificante rozadura que no sería nada, nos reímos, (yo no tanto). Y después del exitoso estreno de la furgoneta volvieron para dejarme en casa. Me senté en el sofá de mi terraza y hablé sin mucha preocupación del pequeño accidente en la carretera. No será nada… decían. Pero lo que ninguno sabía, y menos yo, era que todo aquello fue como un sueño premonitorio de lo que sería una semana no menos que agitada, y en la que la suerte con la que me había recibido el país al principio me hubiera dejado abandonado en las manos de algún brujo con muy mala leche…

Días después, exactamente el mismo día en el que cumplía un mes en Melbourne, mi amiga alemana me despertó a las 7 de la mañana para pedirme las llaves de la furgoneta y llevar a nuestra otra compañera al trabajo porque se había quedado dormida. Se las dí, y después de varios intentos, desperté con una sensación extraña que no me dejó volver a dormir y la verdad que lo mejor aquel día hubiera sido quedarme en la cama. Me levanté al de un rato y decidí ir a la biblioteca para conectarme a Internet y hablar con mi familia aprovechando que era una hora en la que no es demasiado tarde para pillarlos despiertos debido a la diferencia horaria. Así que ignorando el sentimiento mañanero cogí mi bici y mi ordenador y unos metros más adelante mi amiga estaba empujando la furgoneta en medio de la carretera con otro hombre que la ayudaba. ¡¿Qué ha pasado?! Nada… Dejé la bici y ayudé a empujar. Ella conducía, el hombre indicaba y yo me cagaba en lo más barrido. Medio aparcamos la furgoneta en la calle de atrás. Ella me explico que se apagó de repente y sin razón. Será la falta de gasolina…dijo. Volvimos a casa, y dejé el ordenador. Cuando llamaron al teléfono, minutos después descubrí que aquella minucia insignificante que hicimos en el coche serían 380$... Llamé a mi amigo que se encontraba al otro lado del país a punto de volar a Bali. Sin seguro, ni carnet, lo mejor era pagarlo ¡De puta madre! Fui a la gasolinera con un bidón y lo llené de gasolina, lo llevé entre malabarismos junto al manillar de la bicicleta, que después de construir un embudo casero eché en el depósito de la furgoneta. Giré la llave y sin resultado… Volví a casa. Será la batería… En un par de días deberíamos dejar la casa donde habíamos vivido porque la iban a remodelar de arriba abajo. Mis compañeros habían encontrado una al otro lado de la ciudad que supondría una hora y media cada día para ir al trabajo, así que mi amiga portuguesa y yo teníamos medio apalabrada otra casa muy barata y muy cerca de esta última. Fuimos a verla y acabamos por darnos cuenta que lo que no teníamos era dinero y por consiguiente tampoco casa. Volvía casa con el ánimo arrastras, sin casa, sin furgoneta y sin una parte de mis ahorros, e intentaron animarme justificando que sólo se trataba de un mal día, así que destrozado, decidí echarme una siesta que todo lo cura, y cuando despertara lo vería todo distinto. Una hora después seguía sin saber que las cosas no sólo no mejorarían sino que irían a peor. Me levanté de la cama por segunda vez aquel día con un hálito de esperanza y llamé a mi segundo trabajo para pedir el horario de aquella semana y me dijeron que de tres días que trabajaba sólo tenía apuntado uno y que debería preguntar a mi encargado sobre el resto, una respuesta que me olió muy mal, debido a que sabía que necesitaban gente y había mucho trabajo que hacer, y quise pensar que era consecuencia de que tenía una actitud negativa ante lo que sería una confusión y un detalle sin importancia otro día cualquiera. Colgué sin poder evitar procurarme por un trabajo que odiaba pero que me daba gran parte del dinero necesario para mi viaje y lo ignoré. Todos estaban en la terraza y mi amiga portuguesa que se había hecho amiga de los obreros que harían el trabajo de la remodelación, sugirió que si no encontrábamos a nadie par alquilar la casa podríamos usar ésta para ducharnos y cocinar y durmiendo en la furgoneta durante un par de semanas más con su consentimiento hasta que empezaran a trabajar. Hice un ruido que significaba: (Qué otra opción tenemos…) E intenté buscar entre mis conocidos alguien que quisiera alquilar la casa que habíamos encontrado y dejarnos estar en ella durante unas semanas antes de empezar el viaje. No hubo suerte y volví a casa como un sonámbulo para vestirme e irme al primer trabajo que era lo único que me quedaba seguro. Estuvo muy lleno y yo quería correr fuera de allí, pero por desgracia, no me quedaba más remedio que concentrarme y hacer mas llevadero algo que debía afrontar por pura necesidad de supervivencia. Acabé, y con el corazón en un puño fui seguidamente a mi otro trabajo y subí a la oficina para resolver el enigma de los días restantes. Afortunadamente fue como creí, una confusión. Trabajé toda la noche y después de 12 horas de intenso trabajo, salí a la mañana siguiente como si hubiera recibido una paliza y fui a casa soñando con el momento de meterme en la cama y dejar mis preocupaciones descansar en los reinos del subconsciente. Soñé que estaba despierto y despertaba creyendo que soñaba. Dos horas después los gritos, la música y el ruido me recordaron que era el día de la mudanza y el último en la casa. Levantado por unas cuerdas invisibles, me comportaba como una marioneta soñolienta y confundida que intentaba ayudar a mover las interminables cajas y electrodomésticos que había por todas partes. Un par de horas después compré el desayuno y en el descanso me retiré a dormir a la casa vecina y antigua casa “Okupa”. Me tiré en el viejo colchón y por primera vez en días dormí algunas horas en paz. 4 horas después un poco más descansado volví al trabajo con las ojeras amoratadas y la sonrisa a sabiendas que sería el último día en la discoteca hasta el próximo fin de semana y me llenaba de satisfacción saber que después de aquella largas noche volaría hasta la cama y me despertaría cuando me viniera en gana, y así poder afrontar mejor la nueva situación en la que me encontraba. 14 Horas después y cada vez más animado ante el acercamiento de la hora de salir de allí me llamaron de la oficina. Subí tranquilamente y alabando inserviblemente mi trabajo me dijeron que lo sentían, que por culpa de la visa no podría seguir trabajando allí, que era un gran problema para ellos y para mí, que volvería si de alguna manera las cosas cambiaban, y que tendría mi puesto asegurado a la vuelta. Cogí mi dinero y nos dimos la mano. Salí despidiéndome de todos sabiendo la imposibilidad de un cambio y consciente de que sería la última vez que les vería. Abrí las puertas y de la oscuridad y la música “house”, pasé a la claridad del cielo recién amanecido. Y sin poder creer nada de lo que me estaba pasando, en vez de gritar o llorar desconsoladamente me sentí extrañamente bien. Miré al cielo azulado y sudoroso con los ojos entreabiertos como si en aquel momento en que las cosas no podrían ir peor, un nuevo día me ofreciera un nuevo comienzo. No tenía sueño, y con un dinero en el bolsillo que no sabía hasta cuando me duraría paseé media hora hasta casa, cansado y tranquilo veía a los loros multicolores jugando mientras volaban sobre mí entre los árboles del camino, sentía como si me hubiera quitado un peso de encima, una piedrita en el zapato que de alguna manera me sorprendía a mi mismo al ver algo positivo en todo aquello. Llegué a casa en el silencio de la mañana y entré en la que fue el primer hogar que encontré, completamente vacío con algunas cajas o algún zapato que alguna vez perteneció a alguien llenaban el silencio de los pasillos y caminando entre el esqueleto de la antigua casa que parecía de otro, abrí la puerta del fondo donde mi amiga y dos mochileros israelíes que viajaban a Nueva Zelanda en unas horas, dormían en sus sacos sobre el suelo desnudo de la habitación donde pasábamos las noches hablando y viendo películas. Cerré la puerta con cierta ternura como el padre que despide a sus hijos antes de irse a dormir y volví sobre mis pasos a la terraza mágica en la que solo quedaba un sillón destrozado suficiente para sentarme y beber una cerveza con un cigarrillo y con un cierto sentimiento de tristeza parecía estar celebrando un poco de paz y equilibrio después de los días que me parecían semanas hasta que los ojos empezaron a cerrarse de puro cansancio.

Dormí y desperté al mediodía, me despedí de los israelíes y volví a dormir. Mi amiga me despertó con un beso y un abrazo que necesitaba y el sol alumbraba con dificultad tras los edificios. Nos vestimos y decidí que para que no nos inundara la soledad de una casa que estuvo tan llena podríamos ir a la playa, ver la puesta de sol y los pingüinos que habíamos oído volvían a la costa al atardecer. Llevamos las cámaras sin batería y paseamos como dos viejitos agarrados por la playa viendo al sol apagarse en el mar. El viento fuerte y con olor a sal nos frenaba a cada paso y caminando despacio preguntábamos a los pescadores por la calita donde aparecían los pingüinos. Hablábamos de lo que fue y hacíamos planes que nos animaban, nos reíamos de lo que parecía un cuento pasado, tan real como presente y despreocupados caminamos entre las rocas dónde en una pequeña franja de arena la gente esperaba sentada a que vinieran… Una señora nos mostraba por primera vez con la luz de una linterna una pareja de pingüinos que habían pasado por debajo del muelle y se habían resguardado entre las rocas para pasar la noche, señalábamos emocionados y con el sol ya desaparecido empezaron a llegar aun más a la calita donde caminaban como niños pequeños para esconderse en la rocas donde a veces se asomaban y salían dando saltitos paseando como estrellas de cine entre nosotros, tan cerca y natural como nunca antes había visto. También había una especia de marmotas que asomaban la cabeza nadando como perros hacia los lados y me gusto mucho el respeto que la gente tenía a los animales, simplemente observando y siendo observados como en un zoo sin jaulas, extrañados y sorprendidos de verlos tan cerca y a sus anchas, estuvimos hasta que la oscuridad de la noche no nos dejaba ver más que sus panzas blancas moverse entre los agujeros. Me pareció increíble saber que había pingüinos a 5 minutos de mi casa y haber visto los loros de la mañana me recordó porque había venido, y me dio fuerza para poder olvidar los días pasados y darme cuenta de que lo peor no era que hubiera desaparecido todo el imperio que me había costado un mes construir tan trabajoso en los principios, o la estabilidad tan difícil de encontrar cuando viajas a un lugar desconocido lamentándome por ser tan desafortunado…, si no la tristeza de saber que todos los planes tan cercanos que casi podía tocarlos estaban ahora un poco mas lejos y distorsionados. Ahora que todo ha cambiado me toca empezar de nuevo desde cero y aun así no puedo quejarme porque con la suerte en el culo, vi pingüinos en la playa…

jueves, 24 de febrero de 2011

La suerte en el culo y pingüinos en la playa...Primera parte

Hace semanas que no escribo y fue debido a que no tenía mucho que escribir. Mi vida fue pura rutina y trabajo, mucho trabajo. No quiere decir que no estaría disfrutando, pero dentro de la comodidad y la vida sin sobresaltos que ofrece la estabilidad. Tenía dos trabajos con los que en un mes haría el suficiente dinero para viajar sin preocupaciones el resto de mi viaje en Australia, había comprado la furgoneta y con una casa en la que no pagaba ningún tipo de renta, ahorraba todo el dinero que cada semana recibía.
Pero en uno se esos saltos que a veces da el tiempo sin previo aviso, desequilibró todo el imperio que había montado durante mi tiempo aquí, desbarató todos mis planes y mi suerte dio un vuelco de 360º, dejándome completamente con el culo al aire… Viajando te encuentras a veces en situaciones difíciles que debes afrontar por simple instinto de supervivencia, pero nunca antes, durante todos estos años cambió todo tan de repente y de una manera tan drástica. Hoy, Un mes y seis días en Melbourne desde mi llegada al país, me encuentro de nuevo como al principio, construyendo otra vez la base de la pirámide, comenzando de nuevo desde cero cuando pensé que mi suerte no podía ser mejor y cuando creía que ya estaba todo solucionado la vida te da una de esas tajantes lecciones en las que te das cuenta de que todo aquello que crees que tienes, todo aquello que crees que te pertenece y que todo aquello que crees que te identifica, a veces, puede desaparecer de repente dejándote solamente con lo principal y lo esencial, el epicentro de tu mundo: TÚ. Y sólo tú podrás fácilmente en la mayoría de los casos, reconstruir de nuevo ese montón de arena al que llamabas: “tu montaña”. Entonces cuando te encuentras sin nada que proteger o sin nada a que agarrarte al otro lado del planeta y prácticamente solo, tienes dos opciones: o te derrumbas en las profundidades de tu desgracia o te ríes… Y como derrumbarte nunca soluciona tus problemas y el espíritu del ser humano, en parte animal, es lo suficientemente fuerte y duro como para seguir sobreviviendo en ese camino recto y hacia delante de la vida, te ríes. Y días atrás como en una lectura del subconsciente recordé un proverbio tibetano que dice:
“Si el problema tiene solución preocuparse no vale la pena. Y si no tiene solución, preocuparse no vale”.
Así que decidí no preocuparme, pero no pude evitar sentirme triste e impotente ante la situación incomprensible y el golpe que el destino que me había dado con fuerza. Días después me dí cuenta que todo aquello formaba parte del viaje, que era parte de la experiencia y pude oír a alguien diciéndome: No te confíes, y no te olvides que detrás de la estrella que tienes en el culo, se encuentra el agujero…

En estos momentos me encuentro durmiendo en la furgoneta con mi compañera portuguesa, nos duchamos en las duchas de la playa, nos aseamos en los baños públicos, lavamos la ropa en las lavandería, comemos en un restaurante indio en el que solo piden la voluntad, cernamos en el trabajo y por las noches quedamos con los amigos o leemos a la luz de las farolas compartiendo cigarrillos y conversaciones, nos reímos, no tenemos nada, pero tampoco necesitamos nada, y volvemos a reírnos…
Me imagino lo difícil que resultará a la gente con la que crecí imaginarse en esta situación, y les veo girando la cabeza y pensando: está loco… y es totalmente comprensible no entender como una persona sin necesidad alguna elige enfrentarse a este tipo de situaciones, o por qué decide por voluntad propia, vivir fuera de la comodidad de su hogar, y no puedo dejar de imaginar a mi madre volviéndose loca y pensando por qué su hijo le salio rana. Y la verdad que no tengo una respuesta concreta, ni podría explicar con exactitud a ésa pregunta, como tampoco puedo concebir la vida vivida de otra manera que no sea ésta, tampoco me gustaría renunciar a ninguno de los momentos vividos aunque a veces te enfrentes a situaciones realmente jodidas. Y es porque realmente todo, y especialmente los momentos más difíciles son una fuente inagotable de experiencia, una escuela progresiva e interminable que cada día te pone a prueba y te regala momentos únicos que recordarás toda la vida, momentos que aunque sin casa, ni coche, ni trabajo, llevaras siempre contigo hasta el fin de los días, y es eso para mí la esencia de todo, lo realmente importante… Pues al fin, eres tú y solo tú lo que siempre queda.

martes, 1 de febrero de 2011

"Erase una vez en Australia..."

El clima es cálido y el cielo es de un suave color azul. Mi ropa se agita con el suave viento que a veces surge de la nada. Me encuentro sentado en un viejo sofá de mi terraza bajo unas escaleras de madera que suben a la segunda planta con los pies sobre la mesa, llena de velas y ceniceros. Hay una sucia alfombra en el suelo y donde acaba empieza el jardín comunitario rodeado por una vaya de madera. No estoy seguro de cuanto tiempo llevo aquí. Parece toda una vida y sin embargo los días pasan fugaces sin fechas ni horas. Vivo en un piso abandonado casi desde que llegué, justo al lado de mis amigos, y las dos puertas traseras conectan a la terraza de las que os he hablado. El piso tiene gas y agua y por las noches nos alumbramos con velas. Al principio vivíamos un poco con la tensión de que nos “pillaran”, pero lo sentimos ya como un hogar y aunque el riesgo aún existe, estamos mas a gusto y tranquilos. El piso está perfecto; con baño, cocina, agua caliente, esta limpio, tiene cubertería… Todo lo que necesitamos, hace muy poco que los antiguos inquilinos lo dejaron, pero si se enteraran que estamos aquí podríamos tener problemas. Pero mis amigos y vecinos dicen que van a tirar el edificio abajo para reconstruirlo de nuevo en menos de un mes y que nadie viene por aquí, que es prácticamente seguro. El piso lo comparto con mi amiga de Portugal.

De derecha a izquierda: La pareja alemana-portugués, mi amigo de Melbourne y mi compañera de habitación portuguesa.

Hace alrededor de una semana, al segundo día de llegar al piso, mis amigos se fueron a un festival a unas horas de Melbourne y me quedé solo buscando trabajo, y la verdad que al principio me daba un poco de miedo por la noche, sin luz ni vecinos, y en un piso tan grande, pero me acostumbre y me quedaba dormido fácilmente aunque a veces me despertaba si oía algún ruido por la tensión de los primeros días. Pensaba, en cómo escapar con todas mis cosas por la ventana si alguien llamaba a la puerta y sin dejar ninguna señal que me identificara o diferentes excusas para salir inmune de la situación. Hay algunos pisos “okupa” en la zona, pero hay que estar preparados por si acaso… Ahora estamos buscando otro piso para alquilar entre todos, porque la renta es muy alta en la ciudad.

He encontrado un trabajo a unos 30 minutos caminando desde mi casa en un restaurante mejicano. Al tercer o cuarto día de llegar y en el segundo lugar que preguntaba. Parece que la suerte me acompaña todavía. Algunos de mis compañeros todavía no han tenido esa suerte… Al principio lavaba los platos o ayudaba en la cocina algunos días durante la semana, ahora estoy de camarero y trabajo todos los días. Me tratan muy bien y comparado con los sueldos del país no esta muy bien pagado, pero es mucho más de lo que ganaría en España.
¡O sea, en menos de dos semanas; tengo una pedazo de casa “gratis” al lado de la playa, un trabajo cerca de casa que me gusta en el que además me dan de comer y unos buenos amigos! ¡Que más puedo pedir!

El segundo día de llegar recuerdo, me desperté con el sol entrando por entre las persianas del salón. Mi amiga portuguesa y actual compañera de piso dormía sobre el sofá, y yo sobre el suelo en mi saco de dormir, por fin me sentía descansado desde hacía días y mis emociones estaban más equilibradas, pero aún estaba muy excitado por estar aquí. No sé que hora era, pero demasiado pronto creo, porque todo el mundo seguía durmiendo. Me levanté, me duché, me afeité y fumé un cigarrillo en silencio, disfrutando del momento y sintiéndome realmente afortunado por todo lo que había vivido y lo que me esperaba.
Llamaron a la puerta, la chica alemana y el chico portugués que estaban viajando por el país desde hacía unos meses y habían recogido a mi amiga en el aeropuerto el día anterior vivían ahora en una furgoneta en frente de la casa, despertaron a todos y nos hicieron el desayuno, no comía desde la mañana del día anterior.


Salí a fumarme otro cigarrillo fuera para ver la ciudad por primera vez con la luz del día. La primera mañana en Australia. El barrio era muy tranquilo, carreteras anchas rodeadas de árboles y verde con hileras de pequeñas casas de estilo victoriano a los lados cada una con su parcela. No eras como me imaginaba, al ser una ciudad grande creí que sería puro rascacielos con el ritmo frenético de éstas. Pero donde yo estaba solo había alguna persona paseando a su perro o repartiendo los periódicos en bici… Al fondo de la calle si se veía, algunos grandes edificios donde se encuentra el centro de la ciudad. Me apoyé en un semáforo y disfruté de la escena mientras me acababa el cigarro.

Salimos juntos a pasear y vimos los parques, las tiendas de segunda mano, las famosas pequeñas y modernas cafeterías de la ciudad con sus terracitas, y las típicas “tascas” de madera. De vez en cuando los viejos tranvías que cruzaban las calles y el conjunto en sí me recordaban bastante a Ámsterdam. No podía quitarme la sonrisa de la cara. La gente caminaba relajadamente o paseando en bicicleta entre los rascacielos. No estaba muy masificado aún estando en el centro. Tomamos café y vimos unos chicos haciendo un espectáculo en la calle. Después fuimos a otro bar y tomamos unas cervezas. Fui a comprar tabaco de liar… ¡23€! Y una tarjeta para el móvil. Después seguimos bebiendo el resto de la noche, filosofando y riéndonos, conociéndonos. No habíamos comido nada en todo el día y estábamos completamente borrachos. Nos colamos en el metro y volvimos a casa. Era media noche y me quedé dormido. Me desperté al de un rato y cené. De repente cuando todos estábamos tranquilamente en los sofás y con el estómago lleno, dos compañeros de la chica de la casa aparecieron muy borrachos y así seguimos hasta las 3 ó 4 de la mañana, no recuerdo…

A la mañana siguiente, no se que hora era, despertamos y fui con la novia de mi amigo a por café. Nos perdimos y volvimos sin café. Después bajamos al centro para ir a la biblioteca a imprimir algunos curriculums e intentar buscar un piso para esa noche.
Fuimos a comer buscando un restaurante vegetarianos que vimos el día anterior hasta que lo encontramos y resultó ser de la secta “Hare Krishna”. Era buffet libre por 5$. Comimos entré cánticos que sonaban en los altavoces y mi amigo de Melbourne llamó y vino. Hablamos durante un rato mientras acabábamos de comer y le contamos la noche anterior. Nos fuimos cuando se pusieron a saltar y a bailar y nos intentaban convencer para que nos quedáramos. Nos separamos, la pareja volvió a por la furgoneta y nosotros a la biblioteca. Pasaron a recogernos pero no estábamos preparados así que se fueron y al terminar fuimos en metro hacia la playa a probar suerte. Paramos y me gusto mucho ver por primera vez el océano australiano, la humedad, el olor y la brisa del mar. Todo era bastante diferente de dónde habíamos pasado las últimas noches. Tenía un toque californiano como en las series de televisión. A mi izquierda un restaurante español. Les pregunté en inglés y me respondieron es español con acento catalán. Nos aconsejaron algunos sitios, conocimos al dueño que lo sentía por tener la plantilla completa y nos dijo de otro par de lugares más. Seguimos las indicaciones por el paseo marítimo y dimos un par de curriculums. Mi amiga estaba un poco negativa, porque no tenía casi dinero, ni casa, ni trabajo. Le dije que me sentía bien y que tendríamos suerte. Seguimos andando entre las heladerías, los restaurantes y un viejo parque de atracciones cerca de la playa. Entre en un bar que me llamó la atención, y las chicas muy simpáticas me dijeron que volviera al día siguiente. No teníamos ni idea de dónde estábamos e intentamos buscar a ciegas a nuestros amigos que estaban en la zona en casa de otros amigos. Mi amiga recordaba la casa y yo le respondí que aquello era enorme, que nunca la encontraríamos a no ser que les llamáramos, y hablando miró a la derecha y se rió: ¡Es ésta!, en todo momento durante la discusión habíamos estado justo al lado de la casa e increíblemente estábamos allí. Entramos, les saludamos y conocimos al chico alemán y la chica germanoamericanaustraliana, que eran los inquilinos de la casa. Nos invitaron a cenar. Hablamos de nuestros planes y visitamos una casa que estaba cerca en unas bicicletas que nos dejaron. La de mi amiga no tenía asiento y tenía que sentarse sobre un cojín que tenía detrás y además era muy baja, parecía que conducía una Harley, estaba muy graciosa y me reía cada vez que la miraba. A la mía se le salía la cadena cada 5 minutos y el sillín se movía para todos los lados. Pues con nuestro mapa improvisado llegamos a la casa, pero ya era de noche y estaba muy oscuro y no veíamos el número. Al fin lo encontramos. Era una casa muy grande y la puerta de atrás estaba entre abierta y oíamos ruidos. Llamamos y alguien nos invitó a pasar. Un chico nos acompañó y nos enseño la casa que era como un albergue, todos compartían habitación, cada uno de una punta del mundo y vivían cerca de 20 personas allí, todos parecían muy simpáticos. Mi amiga no estaba muy convencida, pero a mí me encantó. Lo tomamos como una opción. Cogimos nuestros vehículos moribundos y volvimos con nuestros amigos. Mientras cenábamos les contamos lo de la casa. Cenamos en la terraza. Hacía un aire fresco muy agradable que te ponía la piel de gallina y vimos un extraño animal típico de Australia, parecido a la zarigüeya que andaba por encima de la valla. Se rieron porque me sobresalté mucho al verlo y ellos acostumbrados al animal me decían que era como una “rata”. Les dije que tenían mucha suerte de vivir allí, en aquel lugar, al lado de la playa, con su jardincito… Ellos, enamorados de la casa, lo afirmaron, y nos decían que el precio era tan barato debido a que tirarían la casa en un mes para remodelarla de nuevo.
Cuando nos íbamos para la otra casa a pasar nuestra última noche, salieron detrás nuestro los inquilinos de ésta última y nos hablaron de que debido a que la tirarían abajo, gran parte del edificio estaba vacío desde hacía unas semanas, pero que los pisos estaban en el mismo estado que el suyo, nadie pasaba ya por allí y no había prácticamente vecinos, la casa tenía dos puertas frontales y otras dos traseras que conectaban en la terraza y por donde podríamos entrar en ella, y que si no hacíamos mucho ruido y nos comportábamos con cautela, podríamos vivir en el piso vecino hasta entonces… Nos alegramos mucho y hablamos entre risas de la idea de ocupar una casa en Melbourne. Mi amiga estaba más contenta. Llegamos a casa y escribí durante horas el texto anterior: “Australia”. Todo había sido muy extraño y la intensidad de los primeros días me había alterado los sentidos y las emociones, todo estaba saliendo sorprendentemente bien, el comienzo había sido muy positivo. Por último salí fuera en el silencio de la noche para ver las estrellas y me dormí de nuevo plácidamente en mi saco sobre el suelo.

La última mañana que pasamos en es casa, nos despertamos y vimos que la casa estaba vacía y que habían ido a trabajar, mi amiga y yo recogimos nuestras cosas y dejamos una nota dándoles las gracias por todo. Salimos y fuimos en la furgoneta cruzando de nuevo la ciudad para ver la casa que estaba vacía. Entramos por una de las ventanas procurando que nadie nos viera, abrimos la puerta trasera y entramos. Comprobamos que la casa estaba en muy buenas condiciones y recién desocupada ¡Tenía todo lo que necesitábamos! ¡Era perfecta! Nos abrazamos y volvimos a la furgoneta a por nuestras cosas poniéndolas en la casa de nuestros amigos-vecinos por precaución. Hablamos de ir a buscar trabajo, pero acabamos yéndonos a la playa. Vino mi amigo de Melbourne y allí pasamos el día, él, yo y mi amiga. El resto se fueron a un festival a unas horas de aquí y los vecinos que acabamos de conocer nos dieron la llave de su casa para entrar cuando quisiéramos si necesitábamos algo, te das cuenta y te sorprendes de lo poco acostumbrado que estamos a encontrarnos personas que son desinteresadamente amables. Volvimos y le enseñamos la a nuestro amigo. Después nos sentamos fuera y acabamos por ir al supermercado a por comida y vino para celebrar nuestra suerte. Compramos más de lo que podíamos llevar y formamos una cola considerable, intentando meterlo todo en las bolsas de manera que pudiéramos llevarlo. Intercambiando las bolsas que pesaban “un quintal” entre los tres, llegamos e hicimos la cena en nuestra nueva casa, que acabó siendo espagueti con tomate con vino del país en la terraza que soñábamos la noche anterior.
Nos fuimos a dormir y mi amiga a su casa, pusimos velas y música y dormimos con nuestros sacos sobre uno de los colchones en una de las habitaciones.

Al día siguiente mi amiga también se fue al festival después de desayunar y no volverían hasta dentro de 3 ò 4 días. Así que acabé por quedarme solo en la casa, y fue bastante extraño después de los días anteriores rodeado de gente a todas horas y por la noche sin luz, la verdad que me daba miedo la idea de dormir allí solo, mi amigo me llamó y nos reímos. Cogí mi mochila y salí a buscar trabajo. Me hablaron de un restaurante “vasco” en una calle cercana y decidí ir a probar suerte. Fui a la biblioteca, imprimí más curriculums y salí a buscar. Era una calle llena de cafeterías y restaurantes. Probé en un restaurante español y crucé la cera donde había otro restaurante mejicano.
- ¡Hi! He visto el cartel en la puerta y me preguntaba si necesitabais a alguien más para trabajar…
- ¿Si!
- Si, he trabajado muchos años en hostelería y tengo bastante experiencia…
- ¿De dónde eres?... ¡Ah! ¡Español! ¿Y cuando estás disponible?
- ¡Esta noche si quieres!
- Bien, pues vete a casa, te cambias y vuelves. Te probamos y si no sirves te mandamos de vuelta para España…
Nos reímos y nos dimos la mano. Seguí probando por la calle muy contento y con la seguridad de tener ya un trabajo. Quería llamar a todos para contárselo. Vi el restaurante vasco y también probé allí.
Volví a casa. Otros 30 minutos caminando. Me cambié. Otros 30 minutos. Y empecé a trabajar. Todos fueron muy buenos conmigo y el trabajo es bastante relajado. Salí y tomé una cerveza con uno de los compañeros que era venezolano, mis otras compañeras son colombianas y una chica francesa, en la cocina son todos indios y me río mucho con ellos. Llegué a casa y fumé un cigarrillo en la terraza alumbrado por una vela y me fui a la cama. Dormí muy tranquilo. El miedo había desaparecido.

La segunda mañana que estuve solo, oí algunos ruidos y me asusté un poco, por si venía la policía o el dueño de la casa.
En los días posteriores, una amiga me visitó y me hizo unas galletas. Conocí una chica Escocesa muy simpática que había vivido dos años en Barcelona.
Fui a la playa y paseaba para conocer la zona.
Mis amigos volvieron del festival y me alegre mucho. Pasamos los días juntos, haciendo cena, viendo películas o yendo a la playa…
Han subido las temperaturas y hace mucho calor.
Todos buscan ahora trabajo y estamos también buscando un piso para ir a vivir juntos.
En el trabajo estoy muy contento y no hago muchas horas. Me llevo muy bien especialmente con una de mis compañeras, que me ha encontrado otro trabajo en una de las mejores discotecas de Melbourne, que puedo alternar con el restaurante, en la que trabajo los fines de semana y con el que gano mucho dinero. A veces la espero y hablamos hasta que acaba de trabajar. Tiene un novio en Colombia y quiere casarse en un año. El miércoles vamos a hacer una paella.
La discoteca me recuerda a Ibiza…
Ayer compramos dos bicicletas, una para mí y otra para mi amiga, que han convertido los 30 minutos caminando en 15.
Mi amigo portugués tiene que dejar el país porque su visa se le ha acabado y no se la renuevan. Se va a Indonesia, ¡y yo me quedo con su furgoneta! Es muy viejita y tiene cama, cocina, mesas, seguro, asistencia en carretera… ¡preparada para viajar! Estamos pensando bajar con ella a Tasmania para recoger fruta en cuando tengamos un poco más de dinero. Todo va sobre la marcha, todo viene por sí solo y las cosas pasan por sorpresa cada día sin necesidad de buscar, simplemente deseándolo y esperando a que ocurran.

Ya son dos semanas en Australia. Y aunque me he acostumbrado de estar aquí no puedo dejar de creer en lo increíble que es la vida, en dónde estoy y en la suerte que tengo… Los días pasan muy rápido y recuerdo una de las mañanas en las que estaba solo sobre mi cama, recién despertado. Recordaba los años que llevo viajando. Miraba hacia atrás y veía todas las caras, los lugares, los comienzos, las vueltas a casa y cuando les contaba a todos las historias, la gente que a veces me acompañó, los momentos inolvidables y los no tan buenos… No se como explicarlo y creo que es ese sentimiento inexplicable el que me hace sentirme tan feliz…