"Cuando uno viaja, siente de una manera muy práctica el acto de renacer. Se está frente a situaciones nuevas, el dia pasa más lentamente y la mayoría de las veces no se comprende ni el idioma que hablan las personas. Exactamente como una criatura que acaba de salir del vientre materno. Con esto, se concede muchas más importancia a las cosas que nos rodean, porque de ellas depende nuestra propia supervivencia. Uno pasa a ser más accesible a las personas, porque ellas podrán ayudarnos en situaciones difíciles. Y recibe con gran alegría cualquier pequeño favor de los dioses, como si eso fuese un episodio para ser recordado el resto de la vida.
Al mismo tiempo, como todas estas cosas son para nosotros una novedad, uno ve en ellas solamente lo bello y se siente más feliz por estar vivo..." (Paulo Coelho)

martes, 5 de junio de 2012

"Cuando la vida te sonríe, sonríele a la vida"

Estoy extasiado, confundido, aturdido, emocionado, alterado, perdido, encontrado… y no es para menos, hoy es sin duda un día que recordaré siempre, hoy es un día que contaré a mis nietos, y es que hace unas horas mi vida dio de nuevo un vuelco del que todavía estoy mareado, tengo cierto dolor de cabeza por la intensidad de las últimas horas o sino de los últimos días… Hoy me he visto jodido de verdad, hoy he sobrevivido a un golpe que aún me duele en el alma, me es difícil creer que pueda estar aquí escribiendo esta historia con final feliz como si todo hubiera sido un cuento surrealista, una pesadilla del subconsciente de la que creí nunca iba a despertar. Hoy os voy a contar, después de meses de silencio, como fue la resurrección, como el viajar te remueve, te agita y te patea devolviéndote después a la realidad: ¡Despierta hijoputa, que aún estás vivo! Escuché… Todo empezó al salir de la escuela en la que estoy estudiando “masaje tradicional tailandés”, es la primera semana de la quincena que dura el curso completo, estoy viviendo en el hospital donde se imparten las clases al norte de Tailandia, “Chiang Mai”. Salí con prisa mientras algunos estudiantes recibían su diploma de graduación, yo no tenía tiempo, mi autobús salía en una hora a las montañas, subí a mi habitación escuchando los aplausos de los estudiantes, hice la mochila metiendo solo mis cámaras, una camiseta, un calzoncillo, el libro del curso para practicar y la riñonera donde llevo todo mi dinero en metálico. Me duché, me vestí y bajé casi al final del evento, vi a mis dos compañeras que habían decidido venir conmigo y les comenté que tenía que ir al centro para dejar la bicicleta que había alquilado, les dibujé un mapa en el cual señalaba el punto de encuentro. Pedaleé con prisa, llegue a la tienda, devolví la bicicleta, me dieron la fianza y fui al lugar de encuentro. Minutos después llegaron ellas y posteriormente con media hora de retraso llegó la camioneta que nos recogió y nos llevó al minibus que nos llevaría después a las montañas: “Pai”, se llamaba el lugar donde pasaríamos solo el fin de semana, volviendo después para continuar el curso… ese era mas o menos el plan, pero como ya he dicho todo sucedió de manera totalmente diferente, me fui caminando y volví volando más tarde de lo previsto. Me fui sin saber que este fin de semana iba a cambiar todos mis planes, sin saber que la luna llena removería de nuevo el cajón de la ropa poniendo todo patas arriba… Así que dos horas y media después de curvas y viendo caer la noche llegamos a lo alto de la montaña, me sentí bien, y el clima era más fresco que el habitual calor tropical de la ciudad. Nos dejaron en la calle principal de el diminuto pueblo y pregunté a una pareja de “hippies” japoneses por el hostal donde estaba mi amiga de Amsterdam (que encontré por casualidad después de más de dos años sin noticias en el centro de Bangkok…) y mi reciente “ex-novia” de la que aún sigo enamorado y que por una mezcla de locura y un fuerte sentimiento interior me he separado, y que por casualidad se había encontrado con mi amiga que no conocía, en el mismo hostal y en la misma fecha en la que yo había decidido viajar el norte. Más adelante cada uno de nosotros formaría parte de un importante papel que se desarrollaría en los días posteriores… Con un poco de dificultad y preguntando mucho llegamos al lugar. Estaba cubierto de vegetación y de diferentes estructuras de bambú con hoja de palmera. Crucé la entrada y entre el silencio escuché voces que provenían de una de las casetas, me acerqué nervioso y de pronto entre un grupo que estaba congregado tranquilamente alrededor de una mesa cuando vi a “Coline”, una semana después de despedirnos entre lágrimas de dolor y sin fecha de volver a vernos. Me acerqué sin dejar de mirarla y como si alguien hubiera tirado de sus ojos hacia arriba se encontró conmigo. Nos miramos unos segundos, yo con una sonrisa tímida y ella con más pena que alegría se levantó lentamente sin apartar los ojos. Después vi a Dorine y la besé en la mejilla, parecía la única contenta de verme, y yo concentrado en la reacción de Coline no la hice mucho caso, ella supo por qué… Yo solté un: ¡Hola! Que provocó un silencio algo incómoda indicándome que todos sabían quién era yo y que hacía allí, después la miraron a Coline y la siguieron por unos segundos hasta que se acercó a mí, volviendo después a lo suyo y dejándonos a nosotros con lo nuestro… La abracé cohibido, no con la excitación que había imaginado, ella me abrazó por compromiso y me sentí como un intruso. Tenía muchas ganas de verte… Te he echado mucho de menos… Dije. Ella se quedó en silencio y noté como su abrazo adquiría débilmente cierta intensidad. La presenté a mis compañeras a las que saludó secamente. Le pregunté si había sitio para mí en su habitación, a lo que ella respondió que no… Mis amigas fueron a preguntar por su habitación y Dorine me dejó pasar la noche en su “bungalow”. Coline me acompañó sin hablar mucho, y yo contento de verla intenté animarla a pesar de lo complicado de la situación. La volví a abrazar y esta vez se desarrolló con un poco más de naturalidad. Llegamos al bungalow y dejé mis cosas, nos sentamos y hablamos durante un rato; yo le contaba sobre mi curso de masaje y ella me explicaba como la paz del lugar, las personas a sus alrededor, el tiempo y el silencio le habían ayudado a entender todo lo nuestro, lo suyo, lo mío y todo lo demás… Veía sufrimiento en sus ojos pero también sentía fuerza en su voz. Me alegré de volver a verla… Fuimos a cenar y sentados en la calle vi también a una amiga de Barcelona que estaba allí, aunque parezca extraño, es relativamente normal ver a la gente una y otra vez en el camino y en diferentes partes del mundo. Como encontré también semanas antes a un amigo también catalán en Bangkok, diez minutos después de que destrozado por una fuerte discusión con mis padres, que habían venido a visitarme, justamente antes de que se volvieran para España y sin saber cuando los volvería a ver… Allí vi a Luis que está desarrollando un proyecto sobre un orfanato en el que el mismo está trabajando y financiando en una isla de Filipinas, al cual conocí meses antes en Australia. Con él, su hermano, su padre y otros dos amigos pasaría los dos días posteriores y él precisamente formaría parte también de esta historia que os cuento… Acabamos de cenar y volvimos a los bungalows hablando de todo un poco. No había nadie, y tampoco mi amiga así que decidimos esperarla en la habitación de Coline hasta que viniera. Hablamos largo y tendido y acabamos besándonos irrefrenablemente hasta que exhausto, nos quedamos dormidos. Su compañero con el que compartía el bungalow nunca llegó, así que pasamos la noche despertándonos cara a cara al día siguiente sintiendo que nada había cambiado, que siempre había permanecido conmigo y que nunca lo habíamos dejado. Nos despertamos, desayunamos y una pareja de amigos franceses nos dejaron la “moto” ya que el grupo que allí estaba reunido decidió tomar setas que les llevarían de viaje a otros mundos y realidades que no eran las nuestras, así que allí los dejamos mientras se repartían las alas que les llevarían a volar, alto y lejos… Nosotros nos perdimos en la montaña y vi por primera vez en aquellos pueblos y entre arrozales, las imágenes que mi imaginación había creado como la supuesta percepción de lo que debería ser Tailandia. Recorrimos campos de arroz trabajados a mano por mujeres que cubrían su cabeza con gorros de hojas de palmera entrelazadas parecidos a una sombrilla. También vimos muchos búfalos de río, niños corriendo a lo lejos, montañas interminables cubiertas de frondoso bosque tropical, nos bañamos en una cascada mientras llovía, comimos unos de los mejores platos que había probado hasta entonces en un pueblo donde nadie hablaba una palabra de inglés. Nos perdimos entre caminos y la gente nos miraban curiosos y nos sonreían como solo lo hacen los tailandeses, y es que si con algo me quedo de esta país es con sus gentes, las mas cálidas y maravillosas que nunca he conocido… Coline me agarraba con fuerza y apoyaba su cabeza en mi espalda, yo conducía sin dejar de mirar aquel nuevo paraíso mientras notaba con cariño sus manos sobre mi pecho… No sé por qué te quiero tanto. Decía. Yo tampoco... Pensé. Condujimos durante horas entre los pueblos de casas de bambú y palmera sobre los pilares que prevenían las inundaciones, los perros callejeros, los niños del campo y el verdor que traía las lluvias monzónicas. Volvimos cansados y el grupo aún bajo los efectos de los alucinógenos jugaban y tocaban música descalzos como un grupo de críos en un circo místico, soñando que eran trapecistas, payasos o domadores. Nosotros que no formábamos parte de su realidad nos retiramos y dormimos hasta la noche. Después impregnados de la tranquilidad del lugar nos despertamos dejando al grupo que aún sonreía como el que despierta de un sueño largo y dulce. Cenamos en la calle de nuevo y volvimos para dormir como la pareja que fuimos, demostrándonos aún todo el amor que aún quedaba por consumir… Al día siguiente y último me desperté y ella me estaba mirando cuando me fijé que estaba llorando dándose la vuelta para que no la viera… Volvíamos a la realidad, a la dura despedida y el nudo en el estómago… La abracé, nos besamos e hicimos el amor con la pasión del principio, era quizás la última vez y eso intensificó las conexiones. Mis compañeras con las que había llegado se habían marchado hacía unas horas y Dorine se animó a acompañarme a la vuelta para la ciudad. Reservamos los asientos en el último autobús de las cinco y pasé las últimas horas con Coline hasta que corriendo a punto de perder el autobús nos dijimos adiós de nuevo, una vez más… Pero por cosas del destino aquella no sería la despedida… Me monté en el autobús con los ojos llenos de lágrimas y Dorine me abrazaba consolándome mientras partíamos. Hablamos todo le camino, cuando surgió el tema de cómo organizaba mi dinero a lo que yo respondí: Está aquí, en mi mochila conmigo… Ella me miró horrorizada y respondió: ¿Todo? ¿Llevas todo tu dinero contigo? Sí. Siempre conmigo, prefiero eso a pagarle la comisión al banco cada vez que saco, siempre lo hago y hasta ahora nunca lo he perdido... Pareció que alguien lo escuchó, no hablo de los que allí estaban, sino de alguien siempre presente. Así que paramos a la mitad de camino para ir al baño y bajamos, yo cogí mi mochila y salí fuera a fumar un cigarro. Compré una bebida y volvimos al autobús. Seguimos hablando cuando a la media hora sentí que me faltaba algo… ¡Mi mochila! La busqué y rebusqué. Mire a Dorine y dije: ¡Me he dejado mi mochila en la parada anterior!¡Mi dinero, mi cámara…!¡Todo! Me eche las manos a la cabeza sin saber que hacer y noté como me bajó la tensión por todo el cuerpo, no lo quería creer, todo lo que tenía, Todo mi dinero se había quedado atrás… Así que me levanté de un salto e intenté explicar la situación al conductor que paró a un lado el autobús. Dorine me miraba sin saber que hacer y el conductor salió del vehículo hablando tailandés, cogió su teléfono y salí detrás. Estaba lloviendo en algún lugar en la montaña. El hablaba en su idioma y yo intentaba explicarle que teníamos que volver a por mi mochila o estaba perdido. El llamó a alguien y después habló con algún otro. Yo miraba con todo mi cuerpo en tensión sin entender una mierda. Me apretaba la cabeza preguntándome que coño iba a hacer… Unos minutos después me respondió que no estaba allí pero yo me negaba a creerlo e insistí en que debíamos volver. Dorine salió del autobús preguntándome sobre que haríamos… Yo no supe que decir, pero teníamos que volver… El conductor habló en tailandés a los pasajeros y después me pidió 200 Bath (5 €), para volver atrás, yo acepté sin otra opción, pero alguien se quejó dentro del autobús y resultó que una de las chicas tenía que coger un autobús en una hora y no había tiempo… El me pidió perdón y me dijo que se tenía que marchar. Yo pedí que por favor me dejaran volver, pero no fue posible… Dorine me acompañó y allí nos quedamos, a tomar por culo en la montaña y lloviendo a mares. Dorine se fue a refugiar bajo un toldo que había en un lado de la carretera mientras yo empapado hasta las orejas intentaba parar uno de los coches que pasaban de vez en cuando. Volví al toldo sin mucho éxito mientras veía caer la noche. Estaba desesperado. Dónde dormiríamos, que íbamos a comer y como volveríamos al bar, ¿y si no estaba la mochila? ¿Dónde y que cojones iba a hacer? No tenía nada… todas las preguntas me amartillaban la cabeza pero intenté mantenerme fuerte y sonreí a Dorine, volví a la carretera y paré un camión mientras un hombre bajaba de la montaña con un paraguas… El hombre del camión dijo: ¡Pai! ¡Sí, sí! Contesté. Llamé a Dorine que vino corriendo y nos subimos en aquel camión viejo con el asiento sin respaldo y un colchón detrás que parecía la cama del conductor. Aquel hombre gordo y con el pelo teñido de un rubio rojizo nos miró con una enorme sonrisa y repetía sin parar: ¡Pai, Pai!... Con la esperanza de llegar antes del anochecer al bar, arrancó y no excedió de los 40 Km/h. En todo el camino… 100 m. mas adelanté paró y con otra sonrisa se echó la punta de los dedos a la boca indicándonos que paraba para comer. No podía con la tensión e intenté para otro coche, pero llovía como solo llueve en lo países tropicales y me dí por vencido. Por suerte cogió su comida para llevar y gritó una vez más: ¡Pai! Agarré a Dorine y la abracé dándole las gracias por estar allí conmigo… Volvimos al camión y a la velocidad del caminante vimos caer la noche y me preguntaba si podríamos distinguir el lugar. Dorine recordaba un puente, pero después de cruzar una docena no sirvió de mucho… La velocidad, el silencio y la incertidumbre era un castigo que tenía que soportar y llegué a la conclusión de que había perdido todo, de que oficialmente estaba sin dinero en Tailandia, sin un vuelo de vuelta, sin trabajo, no había pagado el curso de masaje y tenía en mi bolsillo el suficiente dinero para sobrevivir una semana más… Pero extrañamente me sentí muy tranquilo, e incluso bromeé sobre la situación con Dorien mientras el hombre repetía a intervalos por si lo habíamos olvidado nuestro próximo destino: ¡Pai! Era un tío muy agradable y nos hizo reír, apartó las cosas de su colchón y nos entregó unos cojines para que nos tumbáramos… ¡Pai! Dos horas después mientras intentaba visualizar el lugar entre la oscuridad pensaba en mis opciones: pediría dinero a Coline para comprar un vuelo y con algunos dólares que me quedaban volvería a Australia y me quedaría en casa de mis amigas hasta que encontrara algo y me recuperaría, pero el país es carísimo. ¿Y si me quedaba finalmente sin un céntimo?... Mejor me iría con Dorine a Ámsterdam y hablaría con mi antigua jefa para volver al “hostal”, no era mucho dinero pero podría encontrar algo después… O si hablaba con Erika podría volver a Ibiza y ver a mi familia y amigos, les daría una sorpresa… Coline se llevaría una sorpresa al volver a verme… Estaba en la mierda… Cuando creí ver una luz le pedí al hombre que parara el camión, me bajé corriendo y le pedí a Dorine que intentara explicar al hombre la situación. Estaba todo apagado y me costaba ver en el interior, intentaba recordar… Finalmente no era el lugar así que volví al camión y en el rostro del hombre vi que no había entendido una mierda y me pregunté que pensaría de dos turistas que le paran en medio de la montaña, lloviendo a mares y después le frenan Dios sabe donde sin entender una palabra de inglés. Me devolvió una sonrisa y unos metros más adelante volví a pararle y salté de nuevo del camión. Tampoco era el lugar… Volví y expliqué al hombre como pude, señalando la mochila de Dorine hasta que por fin entendió ¡Ah!¡Bus stop!¡SIIII! Dije con esperanza. Entonces señaló hacia arriba y dijo: I dont know… (No sé) Así que de nuevo intenté concentrarme en la carretera a la velocidad de una bicicleta hasta que dudé sobre otro lugar. El hombre negó con la cabeza y volvió a señalar hacia arriba, no sabía que pensar y por la cara de Dorine creo que tampoco entendía nada. Cuando de pronto tras una curva el hombre paró el camión y allí estaba. Baje con el corazón palpitando con fuerza sobre mi pecho y descubrí que estaba cerrado, no quedaba nadie allí, solo unos perros que me ladraban sin parar, me acerqué a una casa y la rodeé para ver si veía a alguien. Volví a la entrada y me paré en seco, me coloqué las manos a la cintura y pensé: estoy muy jodido… Volví al camión y el hombre me hizo un gesto indicándome que estaban durmiendo y que mañana abrirían. Dorine me colocó su mano en mi hombro y arrancamos a Pai. En una semana estaría supuestamente en Laos y en un mes más en Camboya y después me preocuparía de trabajar. Pero estaba sin dinero y mi viaje acaba allí, ahora solo pensaba en dónde y como saldría del país… Coline me dejaría para comprar el vuelo… Pero ¿y después?... Sonreía y decía: ya está, todo esto tiene una explicación, hay una razón para todo… Todo estará bien, estoy sano y salvo y aún no está todo perdido… Me sorprendí a mi mismo de cómo no estaba tirándome de los pelos, llorando de desesperación, no entendía porque me sentía tan bien. Mi cámara de fotos, mi cámara de vídeo con todo lo que había grabado el último año y medio… Dos horas después, cuatro en total en lo que parecía un viaje interminable el hombre se introdujo en un almacén y descargó el contenido del camión, lo que parecía una gran montaña de arena. Después llegamos a Pai y le dimos mil gracias. Por fin… Nos preguntábamos si a esa hora encontraríamos alguna habitación, yo le dije a Dorine que alguien nos dejaría pasar la noche en la suya. Comimos en un restaurancito que había abierto en el camino al hostal. El hombre nos ofreció todo tipo de atenciones, preguntando sin parar si necesitábamos algo más, nos traía agua, salsas, cubiertos… y después la comida que con el hambre que llevábamos nos upo a gloria. Me alegré de estar en Tailandia, en esos momentos me sentí seguro. Continuamos hacia el hostal y escuche en lo alto una risotada. Miré y ahí estaba la Luna, llena y luminosa, entonces recordé como toda mi vida había estado presente en las situaciones más complicadas. Aquella gorda, blanca hijadeputa me perseguía siempre complicándomelo todo y recordé que después solo era un susto que venía acompañado de una lección ¿Cuál sería esta vez?... Entonces como el primer día y unas horas después de marcharme cruzaba a media noche la entrada del hostal y nervioso busqué a Coline entre el grupo que se encontraba allí. Todos me miraban extrañados y les conté la historia. Nadie supo que decir y me aconsejaron positivamente, pero yo solo quería verla a ella. Me dijeron que se había ido a dormir hacía cinco minutos. Corrí a su bungalow y justamente salía hacia el baño. Corrí hacia ella y cuando se dio la vuelta me miró asustada con los ojos como platos. Yo la abracé riéndome nervioso y me preguntaba besándome sin parar: ¿Qué haces aquí?... Me separé de ella y dije: Estoy jodido, he perdido todo, me he quedado sin nada… Me miró sorprendido y se lo conté todo ¿Y ahora que vas hacer? No tengo ni idea. Respondí. Quería pedirte algo de dinero para irme a algún sitio a trabajar, aquí se acabo mi viaje… Le conté también mis futuros planes y opciones. Caminamos hacia el grupo sonriendo sin saber por qué. Me encantaba esta allí con ella, y todo lo demás carecía de importancia. Todos me miraban esperando a que dijera algo y como un rayo de luz en la más absoluta oscuridad dije: Me siento extrañadamente tranquilo, no se que coño va a ser de mí o a donde iré. El hombre del autobús me ha dicho que no habían visto mi mochila por ninguna parte. Mañana por la mañana vuelvo y si no… pues me voy a Ibiza a trabajar, hago dinero y luego pues ya se verá, no es el fin del mundo, es parte de viajar supongo… es una putada, una gran putada, pero… yo estoy bien y supongo que todo pasa por alguna razón… pero si cabe la posibilidad de que la mochila esté allí y que sean lo suficientemente honrados prometo que voy hacer con ese dinero que iba a utilizar para viajar, algo bonito. Es una señal, y ya no me pertenece, así que si la vida me lo devuelve, haré algo bueno con ello, no se el qué, pero tengo que dar las gracias devolviendo a la vida el favor que me ha devuelto… Vomité todo aquello sin pensarlo realmente, lo sentí verdaderamente, y pensé que si ya no lo tenía, verdaderamente ya no lo necesitaba. Pensé en Luis, en su proyecto y me prometí que iría allí y le ayudaría lo que me quedaba de tiempo y donaría también todo ese dinero que había perdido si me volvía de nuevo. Pero era mucho dinero… casi 3000 $, una cámara de 700 €, una de video recién comprada… todo tenía un valor material altísimo, una tentación que era difícil de aguantar. Todos intentaban animarme y hasta yo estaba convencido en que nunca más volvería a ver todo aquello. Volví con Coline realmente cansado, nos dormimos abrazados y me sentí afortunado de poder estar allí con ella en esos momentos… Me desperté en la mañana y ella lloraba sin parar, tenía los ojos hinchados y me preguntó: ¿Cómo lo haces?¿Cómo haces para no llorar? Yo me moriría sin estaría en tu situación. Yo le respondí que no sabía, que me era extraño ver lo bien que había recibido todo. Ella me dijo que no quería separarse de mí y no paraba de llorar. Yo intentaba aguantarme y pensé que tenía que ser duro, me esperaba una mañana decisiva y un futuro complicado, no podía derrumbarme o sino todo se me caería encima… Desayunamos y nos besamos, cuando Dorine volvió y me indicó que estaba preparada para volver, miré a Coline y se puso a llorar más aún, se echó en mis brazos y yo no me pude aguantar. Me acompañó a la salida y la besé con fuerza, me era durísimo volver a dejarla sin saber si volvería a verla, la quería demasiado… Dorine nos miraba con pena y entonces comencé a andar llorando como un niño sin poder evitar volver la cabeza y verla sentada en el suelo sollozando sin parar hasta que me alejé lo suficiente como para perderla de vista. Que durísimo es el amor, pensé. Entonces miré hacia delante e intenté concentrarme en lo que me esperaría. Andamos hasta el final de pueblo mientras intentamos parar un coche de vuelta. Un rato después de varios intentos una chica joven paró y saltamos en la parte de atrás de la camioneta. Veíamos el precioso paisaje alejarse delante nuestro. Las montañas iluminadas al horizonte me regalaban la tranquilidad que tanto necesitaba, pasó una hora y las señales indicaban que estábamos cerca del lugar. Dorine me consolaba diciendo que no creía que estaría allí, que tendría que estar preparado para afrontarlo. Yo lo sabía, pero aún guardaba alguna esperanza… Nos acercábamos cada vez más hasta que lo vimos a nuestra izquierda, paramos la camioneta y corrí de un salto preguntando al hombre de la barra: ¿Una mochila? No parecía entenderme… Le expliqué con gestos: Ayer-me-dejé-aquí-una-mochila… El hombre me miraba absorto y me lo negó con la mano. Ahí tenía la respuesta definitiva... Insistí: ¡Una-mochila! ¡Ayer, aquí!... El hombre se movía de un lado para otro buscando ayuda y me indicó que esperara. Se fue hacia su amigo y metió la mano tras la barra ¡Allí estaba! No me lo podía creer… ¡La puta mochila estaba allí! No sabía sin tendría todo dentro, si el dinero seguiría allí, pero aquello era más grande de lo que me esperaba. El 50 % estaba allí. Entonces sin coger la mochila abracé aquel hombre con fuerza y el rígido intentaba apartarse sin entender nada. Le dí las gracias mil veces y cogí mi mochila corriendo como un niño para enseñársela a Dorine que aún no la había visto y gritó abrazándome y diciéndome: ¡Eres un cabrón con suerte! Entonces la besé en la boca emocionado y miré dentro. Ni siquiera la habían abierto, estaba todo allí. Les dí las gracias y todo el mundo me miraba atónito. Me fui aún incrédulo sin apartar mis ojos de la mochila cuando sentí un mazazo que me dejó inconsciente. Con los ojos cerrados escuché: ¿Sabes quién soy? Respondí con dificultad: No… El con una voz fuerte y grave me dijo: ¡Recuerda lo que dijiste hijodeputa afortunado!¡Recuerda lo que prometiste si recibías el dinero!¡Yo te lo arrebaté para que despertaras y te dieras cuenta cabrón egoísta, de que no es tuyo, para que apreciaras lo que tienes y dejaras de pasearte por el mundo con tu cámara, tu portátil y todo tu dinero, fotografiando a la gente que no tiene nada, buscando lo exótico en países que no tienen que comer…!¿Y que das tú a cambio?¡Ahora debes hacer lo que prometiste, la vida te lo arrebató y te mostró que debías hacer algo bueno con ese dinero, este hombre te ha demostrado con honestidad que a pesar de no tener ni la mitad de dinero que tú, es mucho mejor persona, te a mostrado que en el mundo hay gente maravillosa y de gran corazón…!¡Ahora te toca a ti devolver a la vida toda su humanidad, ese dinero que dejó de ser tuyo pertenece ahora a gente que realmente lo necesita!¡Así que tú, cabrón egoísta, coge tu dinero, llévatelo a Filipinas y ayuda a tu amigo qué, sólo, esta construyendo mucho más de lo que tu nunca as echo, así que deja de hablar y de quejarte y busca una solución a los problemas!¡Vete y pórtate como un ser humano!¡Y si tantas ganas tienes, ve y ayuda tú a cambiar el mundo! Lo vi claro… Todo pasó por una razón y ahora debía comprometerme… me levanté como una serpiente dejando mi antigua piel tras de mí. El viaje había dado un drástico giro y ahora me tocaba a mí comprometerme con lo que la vida me había devuelto. Caminé rápido no porque tenía prisa o llegara tarde, sino porque era un paso seguro y decidido, ahora, creo que por primera vez en la vida tenía un objetivo y estaba decidido a cumplirlo. Mientras me alejaba escuchaba la risa del que me había hablado mientras pateaba mi antigua piel en putrefacción gritándome: ¡Despierta hijoputa, que aún estás vivo! Me monté de nuevo en la camioneta y Dorine me sonreía diciendo: ¡Tienes mucha suerte, no me lo puedo creer!… Todo tu dinero… Aún quedan buenas personas… Y rompí a llorar durante un largo rato, lloré lo que no había llorado antes, lloré por Coline, lloré de nerviosismo, de tensión, de emoción, de felicidad… No podía parar, y después conté a Dorine lo que haría con el dinero y me abrazó fuerte. Me dio la enhorabuena por haber visto todo esto de aquella manera, de haber tomado aquella decisión que me hacía más feliz que continuar con mi viaje. El estómago estaba vacío y sentía una paz inmensa, pensaba en contárselo a Coline, pensé en como todo cambia continuamente, en cómo gira la vida… pensé en Filipinas, en lo que alegría de Luis en cuando se lo contara, iba hacer aquello por primera vez en mi vida, iba a dar todo mi dinero y trabajar con mis manos con el único propósito de ayudar a los que realmente lo necesitan, y me sentía orgullosos de aquella decisión, de haber encontrado de nuevo aquel dinero que serviría para recompensar aquel gesto de buen corazón, aquel mismo dinero que se quedaría en Laos y Camboya para mi placer se iría ahora a Filipinas … Estaba mareado y aturdido, pero realmente feliz. Tenía ganas de contárselo a todo el mundo, de llegar aquí, de poder continuar con el curso y de contaros a todos lo mágico que puede llegar a ser encontrarse en el camino correcto…

lunes, 26 de marzo de 2012

"Sopa de fideos chinos"

Alguien abre la puerta que se encuentra a mis espaldas. Me giro perezosamente y “Angie” que entra sigilosamente me saluda con una sonrisa. Aun medio dormido miro el reloj solitario que cuelga sobre la pared blanca, las once y cuarto de la mañana. Los ventiladores giran a puro rendimiento, pero a pesar de que estoy medio cuerpo desnudo y las ventanas están abiertas de par en par, tengo la frente y el cuello húmedo por el calor y la humedad tropical. Román “el francés”, duerme bajo mis pies sobre un colchón en el suelo, yo en el sofá a su lado. Angie da vueltas por el piso y yo me incorporo activamente, lo suficiente como para ponerme en pie de un salto. Me cuesta un segundo volver a andar y paso por encima del colchón hacia la pequeña cocina donde doy un trago de agua de la mesa, se nota la falta de los ventiladores que continúan girando a mis espaldas y empiezo a sudar, lo cual, me hace andar despacio hacia el baño donde echo la “meada” mañanera. Angie me pregunta si quiero huevos para desayunar. Ricardo el novio de Angie acepta desde la habitación enredado entre las sábanas, lo saludo, Román también quiere huevos y yo quiero comer algo en la calle, un “arrocito”. Angie se va a comprar los huevos. Me pongo la camiseta de la que recorté las mangas el día anterior y doy un segundo trago al agua, salgo tras ella hacia el patio del edificio donde estamos, esta rodeado de cientos de puertas a diferentes niveles de donde cuelgan pequeños templos y barritas de incienso. El cielo esta nublado y no corre el aire, se oye el tráfico de fondo. Me coloco las “crocs” que se encuentran amontonadas en la puerta de la casa, costumbre asiática, y me acerco a las escaleras. Bajo los cuatro pisos mientras veo algunas señoras asomadas en las puertas que miran al exterior y me siguen fijamente con la mirada sin cambiar de ninguna manera el gesto de su rostro. Llego abajo del todo y directamente salgo a la calle donde una pequeña brisa casi imperceptible me acaricia el cuerpo como el mejor regalo del día. Cinco metros a la izquierda está este “garaje” lleno de mesas y sillas de plástico donde pequeños grupos de etnia china se sientan cerca de las grandes aperturas de persianas corredizas mirando hacia la carretera contigua. Yo rodeo la estructura y paso junto a los pequeños puestos parecidos a los típicos carritos de las “castañeras” en España donde todos parecen vender lo mismo, si no fuera por las diferentes ollas humeantes y los paquetes de “noodles” de colores que tienen colocados tras la cristalera del mostrador parecerían que están cerrados. Un anciano agachado limpia con una manguera los “bowls” y platos de plástico en una palangana sobre el suelo, me acerco al último carrito y dos carteles ofrecen cuatro variedades escritas en chino que no entiendo pero reconozco por los precios. Le pregunto a la señora si está abierto, se lo pregunto dos veces: “Is open?”. No me entiende y con un gesto: dirigiendo la punta de los dedos hacia la boca y un ruido que no creo que fuera una palabra, entiendo que me responde que si quiero comer, a lo que respondo afirmativamente. Me señala los letreros en chino y yo le apunto con mi dedo a los símbolos que dicen 2.70 RM. “No meat” (“sin carne”), le digo. Seguidamente se gira y yo me adentro sin decir nada más en el garaje mientras otro anciano que parece ser su marido se acerca a pasos cortos de otra de las mesas. Me siento a sus espaldas sintiendo desde hace un rato que soy el centro de atención y el único extranjero del lugar. Al fondo un grupo de ancianas chinas me señalan sin pudor mientras las demás asienten mirándome fijamente como si habría echo algo malo, yo les saludo sin ninguna respuesta y pronto vuelven a su conversación en la cual la señora que me señalaba parece tener la palabra. El garaje abierto de par en par esta cubierto de ventiladores que hacen su trabajo haciendo la atmósfera más placentera. La pareja de ancianos que se mueven sincronizadamente en un espacio de un metro parecen bailar con movimientos suaves mientras echan en un “bowl” un agua grisácea con un enorme cazo de una de las ollas humantes, el hombre espolvorea la sopa con distintas especias que coloca cautelosamente sobre una cucharilla. Me levanto y me acerco a la caja registradora que está encajada en la pared contraria. De manera contigua otro puesto donde hacen las bebidas esta lleno de cajas apiladas y vasos medio vacíos con líquidos de todos los colores sobre una superficie metálica donde diferentes bolsas de extraño contenidos cubren casi todo. La mujer que ya me conoce de los días anteriores me sonríe y le pido un té: “Tetarí”, y ella me responde con un brusco gesto con la cabeza típico de la sumisión de los chinos a modo de respeto y un sonido que suena como: “¡Jah! Vuelvo a mi mesa y el anciano me trae sonriente en “bowl” de color azul con unos palillos, una cuchara y un pequeño recipiente con guindillas y salsa de soja. Como de alguna manera esperaba el plato que había pedido sin carne llevaba unas esponjosas bolas de lo que parecía pollo y carne picada flotando sobre una sopa de fideos especiada, pero que decirle a esa enorme sonrisa que me saluda orgulloso con un cabezazo al aire y se va sin decir nada dando pasitos hacia su mujer que le espera echando otro cazo de agua grisácea en otro de los “bowls”. La mujer de la caja registradora me trae el té que se ha derramado sobre el plato y lo pone junto a la sopa, me tira otro cabezazo y se da la vuelta. Cuando se aleja me fijo a que su cuerpo pertenece al de una quinceañera en proceso de desarrollo y su cara es el de una mujer de cincuenta años, siempre lleva la boca abierta del tamaño del agujero de una bala con unos pequeños ojos escondidos tras las gafas que parecen más grandes que la totalidad del conjunto… seguidamente cuando remuevo la sopa para que se enfríe viene Angie con una bolsa llena de huevos y me explica que la quisieron engañar con el precio pero al final los pudo comprar al precio real. La invito a un té pero ella prefiere subir a cocinar. Allí me quedo solo dando vueltas a la sopa y observo a un treintañero que lee el periódico a mi lado mientras absorbe otros fideos sin dejar de leer algo que parece ser increíblemente interesante. Las señoras vuelven a hablar de mí y más adelante una pareja de indios me sonríe y me saludan con la cabeza sin darme mucha importancia. Me fijo que el techo también está cubierto de farolillos rojos-chinos que bailan con los ventiladores que tiene el símbolo de la marca “Red-bull” que parece no conocer de fronteras. Dirijo la mirada a la calle mientras con la derecha sujeto los palillos y con la izquierda hundo la cuchara en el líquido grisáceo mientras coloco sobre ella unos fideos chinos acompañado de dos pedacitos de guindilla y un trozo de bola de carne. Soplo y me lo meto en la boca, y está buenísimo, el placer de desayunar en Asia. En la calle que es más una carretera, el tráfico está tranquilo pero siempre en movimiento. Una moto en la que van un padre y dos niños al frente gira hacia su derecha con cuatro bombonas de gas sobre una caja metálica a su espalda. Un perro callejero que parece más muerto que vivo está parado en medio de la carretera tranquilamente como si fuera el lugar perfecto para descansar, los vehículos lo sortean como pueden en ambas direcciones sin darle la mayor importancia. Las casitas bajas que están al otro lado están también cubiertas de varios farolillos rojos que representan a la mayoría étnica de la zona y una de las mayorías del propio país. Las hojas de los árboles tropicales que lo cubren todo vibran con la suave brisa o al paso de los vehículos. Bebo del “tetarí”, té malayo con dulce de leche y como repito el proceso: cuchara-sopa-fideos-boladecarne-guindilla-soplo-absorbo… De pronto otra moto con una neverita atrás pita y suena un característico claxon que indica que trae helados. El perro levanta perezosamente la cabeza y vuelve a su posición sin hacer caso. Al fondo se ven un par de edificios altos rodeados de colinas cubiertas de selva verde y frondosa. Estamos una isla tan grande que no lo parece. Me acabo la sopa que me deja satisfecho y coloco mi espalda contra la pared mientras doy sorbitos al té. Los indios fuman y yo que intento dejarlo no puedo resistirme. Me levanto y me acerco a la caja registradora donde está la señora del agujero en la cara y cuerpo de adolescente y en la parte de atrás hay una pequeña vitrina con paquetes de cigarrillos de marcas locales e intencionales que cuestan entre ocho y doce RM ($3-$4), le pido un paquete y como ya me conoce se retira a la mesa metálica abre una de las cajas que tiene apiladas y saca una cajetilla de color rojo que pone cerca de la caja registradora, el paquete que tenía escondido es libre de impuestos y me cuestan dos y medio RM (menos de un $1), pago también el té y todo acaba siendo poco más de $1. Me vuelvo a la mesa, pido fuego a los indios y fumo mientras a cabo el “tetarí”. Pago la sopa y el hombre recoge el dinero con la mano derecha mientras se toca el codo con la izquierda y cabezazo. Todo lo que veo me encanta y a pesar del caos parece reinar una paz acogedora. Estoy lejos, muy lejos pero me siento en casa y eso me producen unas cosquillas en la boca del estómago que me recuerdan el amor que siento hacia este continente maravilloso. Los desayunos de sopa, los perros callejeros, las motos con exceso de equipaje, las ancianas cocineras, los ancianos vendedores, la sonrisas dibujadas, la humedad que te adormece, los farolillos, las ollas humeantes, la selva, el mar, el cielo, la impercepción del tiempo, los ventiladores, la vida en la calle, los restaurantes callejeros, los puestos de comida rápida, el té, el tabaco libre de impuestos y el caos, la libertad del caos y el desorden , nada me inspira más que esto…
Acabo mi té y me cruzo el garaje mientras vuelvo a ser observado por las ancianas y me despido de la mujer del agujero. Me dice algo que no entiendo: “uni”, me pregunta si voy a la universidad y le respondo que solo estoy de visita. Cabezazo. “UK?”, no “España”. Cabezazo. Me pregunta si trabajo y le digo que solo estoy viajando, de vacaciones, y le resulta extraño. Cabezazo. Nos miramos sin decir nada y me despido de nuevo. Cabezazo. “Bye! Terima kasih” (gracias). Giro mientras oigo a la mujer lo que supongo le estaba traduciendo al hombre que estaba sentado tras de mí. Subo de nuevo y dos gatos tumbados sobre las escaleras me miran, a la izquierda la mujer sigue sentada junto a la puerta, también me mira.
A salido el sol, y el calor me vuelve hacer sudar, me apoyo sobre la cornisa y miro hacia la selva. Pienso que en otra vida pude vivir en algún lugar del continente y en cierta manera es un extraño sentimiento de volver a estar en casa. Estoy en Malasia a las puertas de Tailandia donde estaré al acabar la semana, pero hoy es un día cualquiera y yo estoy aquí mientras en otro lugares la vida se desarrolla de diferente manera, yo tengo 26 años desde hace dos días y aún queda un largo viaje de vuelta. Un año y tres meses que volaron hacia alguna parte, el tiempo que pasa sin mi permiso. Estar perdido con un paradójico sentimiento de seguridad, de realmente saber lo que estoy haciendo y percibiendo cada paso que me acerca a lo que deberá ser así.
No estoy tan lejos, cada vez me siento más cerca.