"Cuando uno viaja, siente de una manera muy práctica el acto de renacer. Se está frente a situaciones nuevas, el dia pasa más lentamente y la mayoría de las veces no se comprende ni el idioma que hablan las personas. Exactamente como una criatura que acaba de salir del vientre materno. Con esto, se concede muchas más importancia a las cosas que nos rodean, porque de ellas depende nuestra propia supervivencia. Uno pasa a ser más accesible a las personas, porque ellas podrán ayudarnos en situaciones difíciles. Y recibe con gran alegría cualquier pequeño favor de los dioses, como si eso fuese un episodio para ser recordado el resto de la vida.
Al mismo tiempo, como todas estas cosas son para nosotros una novedad, uno ve en ellas solamente lo bello y se siente más feliz por estar vivo..." (Paulo Coelho)

lunes, 19 de enero de 2015

"Invierno. Trabajo y Barcelona".

De nuevo la paradoja del tiempo. Aquí sucede mas lento. Desde que volví la vida se ha realentado. Hace ya varias semanas que volví a España, un mes y medio, mas o menos. Ahora en Barcelona. Hace unos viente días, en Bilbao. Reencuentro de reencuentros; con la familia, los amigos, las calles, panaderías... Y comprobar que allí el tiempo es aun mas lento. El cambio en todo esto, prácticamente no ha sucedido. Mis amigos llevan el mismo corte de pelo, van al mismo bar de la misma calle y en la panadería sigue la señora de siempre que parece nunca envejecer. Sin embargo, siento siempre que vuelvo, que han pasado muchas vidas cuando allí la gente paseaba su perro en el parque. Es como una profunda y pesada inspiración después de subir una cuesta. Te llena de oxigeno y te baja a tierra entre tanta agitación. Me llena aun de incertidumbre, como seria una vida así, donde el tiempo se mueve de manera casi imperceptible. Cuando te quieres dar cuenta, ya es otoño y tienes que marcharte.

Hace frió, y es de noche. En la terraza de un bar, en una calle peatonal, que une el centro modernista de San Pau y la Sagrada familia, uno a cada lado, iluminados y gigantes, con una luna menguante y despejada. Hace frió, pero los bares están abiertos hasta media noche y la gente se acurruca en las terrazas sin que le importe. Un café y una buena chaqueta. Hablando y viendo la gente que vuelve a casa de trabajar. Una pequeña tienda de comestibles muy iluminada y vacía. Los últimos adornos de una navidad pasada y ausente. Una pareja de viejitos, sentados unos frente a la otra, sin mirarse, dando sorbitos en silencio. Ella muy arreglada, el en ropa de deporte. Una mujer asiática que bebe sola y come de una cazuelita de barro. Una pareja de mediana edad que hablan de las vacaciones acaloradamente, la risa de ella, le hace reír a el.

Cuando escribí esto, era mi día libre, de mi primer trabajo. Ayer fue despedido del segundo por no querer aceptar lo inaceptable. Fue llegar a Barcelona y zambullirme en ella. Y en un país que coletea triste y desesperado, que ofrece oportunidades a cambio de silencio y condiciones de esclavitud remunerada. La necesidad es la supervivencia de los oportunistas sin escrúpulos que juegan con la vida de la gente a cambio de oportunidades, respaldados sin complejos por las leyes de un gobierno que no gobierna.
Cuando quise darme cuenta, llevaba una bandeja llena de copas, una camisa blanca, pantalón negro y zapatos de pingüino. Los primeros días secaba y limpiaba vasos durante nueve horas sin descanso, viendo la gente entrar sin parar; comer, beber, familias, turistas, camisas blancas y zapatos de pingüino correr, enfadarse, reírse, putear, saludarme... Y yo secaba vasos como espectador de un nuevo escenario. Gente desconocida sirviendo y siendo servida. El director, un gordo de traje, dirigía y vigilada aquel baile de marionetas, caótico y funcional. Un año sin trabajar y fuera de aquel ritmo desenfrenado que parecía de otra época. Después me hicieron servir unas mesas, mas tarde me dieron un rango, nunca me explicaron nada, pero no me importó. No tengo ni idea de colocar una bombilla, pero de camarero me muevo como pececillo en el agua. Siempre tuve un extraño amor/odio por esta profesión, reconozco que siento un cariño por este caos frenético que me pone a prueba en muchos aspectos. Ser rápido, eficiente, fluir entre aquella masa de personas que bailan desafiantes, mientras sorteas y te escurres entre el flujo de movimiento constante y estresante, es a veces un baile de concentración y equilibrio, de bandejas rebosantes y brazos cubiertos de platos agarrados y apoyados peligrosamente, para llegar por fin, a la mesa, donde debes colocar preciosamente todos los elementos de manera educada y objetiva, asegurarte de que todo esta en su lugar, girarte y repetir la misma escena una y otra vez, entre tantas bocas y manos que piden y reciben, un alto en el camino en el que uno debe tratar de interpretar su mejor papel.
No podría, sin embargo, sobrevivir a esto mucho tiempo, solo unos meses. Es admirable las personas que viven haciéndolo. Que su vida depende y transcurre en este ritmo constante. Igualmente sigo buscando otro trabajo mientras, por si casualmente encuentro un lugar en el que pueda ganar un sueldo mas o menos digno a cambio de mi tiempo, que no tenga un dedo siempre en el culo y los días pasen mas pacíficamente y equilibrados. Dinero rápido por un trabajo para locos. Siempre es así, y no me importa, al final acabas acostumbrándote. La hormiguita que recolecta durante unos meses, para pasar después el invierno en el hormiguero, teniendo crías o lo que sea que hagan las hormigas. Es también divertido, y al no ser casi nunca en el mismo lugar, es siempre un reto interesante. Y en unos meses, cuando todo empiece a asentarse, cruzare de nuevo el océano para volver a Buenos Aires, que extraño bastante... Parece que fue hace años, y sonrió al recordarlo.

No conozco a mucha gente aquí y paso la mayoría del tiempo libre paseando y visitando la ciudad, que es hermosa. Siempre llena de gente que camina entre los callejones de el barrio gótico que desemboca en el mar mediterráneo, azul como el cielo. Siempre soleada y plagada de terrazas en mil idiomas, flanqueadas por balcones cubiertos de plantas y ventanas con ropas colgadas en fachadas ocres. Palmeras y fuentes medievales. Iglesias agujereadas por las bombas de una guerra que todavía late entre los muros. Perfumerías del siglo XVIII y rincones con vírgenes y cirios. Barrios inmigrantes y edificios que parecen helados derretidos.
A veces, es solo una ciudad. Pero cuando te metes dentro de los pliegues de sus arrugas, descubres otro escenario de otros tiempos. La historia de un pueblo medieval, puerto de un continente. Guerras, épocas y artistas que pasearon por estas mismas calles hacia solo unos años... Ahora eran postales colgadas en miles de puestos que abundan por La Rambla.

Es una pena que no tenga mas tiempo para mi. Pero tengo que trabajar de alguna manera, para después poder vivir haciendo lo que más me gusta, y quien sabe, si algún día, poder vivir haciendo lo que me gusta... Cuantas vidas necesitaría para hacer todo lo que quisiera. Como puedo conformarme solo con esto, cuando el mundo esta lleno de rincones y personas, que viven de manera similar, en otro contexto y escenario. Otros idiomas, otros mares. Hace frió, pero no me importa. A veces no es fácil, pero no me importa. Todo es parte del juego, no es serio, pero tampoco me importa ¿Cómo seria sino? No se, supongo que no seria tan divertido, ni excitante, no para mí. La tristeza me suena a acordeón, pero esto tiene un aire romántico. Las ciudades en invierno son mas solitarias e introspectivas, pero también necesarias para comprender mejor lo que nos pasa, lo que nos mueve, los sueños que huelen a sol y playa. El invierno pasará, nada dura demasiado.