"Cuando uno viaja, siente de una manera muy práctica el acto de renacer. Se está frente a situaciones nuevas, el dia pasa más lentamente y la mayoría de las veces no se comprende ni el idioma que hablan las personas. Exactamente como una criatura que acaba de salir del vientre materno. Con esto, se concede muchas más importancia a las cosas que nos rodean, porque de ellas depende nuestra propia supervivencia. Uno pasa a ser más accesible a las personas, porque ellas podrán ayudarnos en situaciones difíciles. Y recibe con gran alegría cualquier pequeño favor de los dioses, como si eso fuese un episodio para ser recordado el resto de la vida.
Al mismo tiempo, como todas estas cosas son para nosotros una novedad, uno ve en ellas solamente lo bello y se siente más feliz por estar vivo..." (Paulo Coelho)

viernes, 25 de febrero de 2011

La suerte en el culo y pingüinos en la playa...Segunda parte

Todo empezó como el presagio del vuelco que daría mi vida en los días posteriores cuando cogí la furgoneta por primera vez hará alrededor de una semana y media. Salí con mi amigo de Portugal, antiguo dueño de la “furgo” y su novia de Alemania a conducir por las calles traseras de la casa donde nunca hay mucho tráfico. Yo no estaba muy convencido porque aquí como antigua colonia inglesa que es, se conduce por la izquierda, el volante está a la derecha y las marchas las cambias con tu mano zurda a la altura del volante. Así que como algún día tenía que empezar, mejor con ellos que solo, subí en mi furgoneta de 24 años, me senté en el asiento del copiloto, cambiando las marchas con mi mano tonta y conduciendo por el lado contrario y como por primera vez, me sudaban las manos al volante. Entre risas y nerviosismo y con una pequeña caravana que formamos tras nosotros, decidimos parar a un lado para dejar pasar a los coches ¡Lo haces muy bien! Decían, y yo sudaba como un pollo. Y entonces en aquella calle que no pasaba nada ni nadie, pasó y resultó que había alguien. Reanudé la marcha y como no controlaba mi parte izquierda porque conducía al otro lado, noté como golpeé uno de los coches que estaban aparcados. Nos miramos y alguien dijo: ¡Corre, corre! Y con la velocidad de un auténtico principiante, convertimos la fuga de alcatraz en una distancia de tres metros cuando la única persona que había en la calle se encontraba dentro del coche que chocamos y empezó a pitar con fuerza. Volvimos a mirarnos y dijeron: Para… Paré y bajamos. El hombre del coche bajó y vimos que se trataba de una pequeñísima hendidura en la parte de atrás. Intentamos disuadirlo con sonrisas y mil perdones e incluso creo que mi amiga utilizó sus armas de mujer. No hubo manera, así que sin carnet de conducir ni seguro, lo mejor era callar y atenerse a las consecuencias. Intercambiamos teléfonos, mi amigo dio su número de pasaporte para más seguridad y decidimos llamarnos en los próximos días para arreglar el accidente. Volvimos a la furgoneta y mi amigo siguió conduciendo, hablamos de la minucia, de la insignificante rozadura que no sería nada, nos reímos, (yo no tanto). Y después del exitoso estreno de la furgoneta volvieron para dejarme en casa. Me senté en el sofá de mi terraza y hablé sin mucha preocupación del pequeño accidente en la carretera. No será nada… decían. Pero lo que ninguno sabía, y menos yo, era que todo aquello fue como un sueño premonitorio de lo que sería una semana no menos que agitada, y en la que la suerte con la que me había recibido el país al principio me hubiera dejado abandonado en las manos de algún brujo con muy mala leche…

Días después, exactamente el mismo día en el que cumplía un mes en Melbourne, mi amiga alemana me despertó a las 7 de la mañana para pedirme las llaves de la furgoneta y llevar a nuestra otra compañera al trabajo porque se había quedado dormida. Se las dí, y después de varios intentos, desperté con una sensación extraña que no me dejó volver a dormir y la verdad que lo mejor aquel día hubiera sido quedarme en la cama. Me levanté al de un rato y decidí ir a la biblioteca para conectarme a Internet y hablar con mi familia aprovechando que era una hora en la que no es demasiado tarde para pillarlos despiertos debido a la diferencia horaria. Así que ignorando el sentimiento mañanero cogí mi bici y mi ordenador y unos metros más adelante mi amiga estaba empujando la furgoneta en medio de la carretera con otro hombre que la ayudaba. ¡¿Qué ha pasado?! Nada… Dejé la bici y ayudé a empujar. Ella conducía, el hombre indicaba y yo me cagaba en lo más barrido. Medio aparcamos la furgoneta en la calle de atrás. Ella me explico que se apagó de repente y sin razón. Será la falta de gasolina…dijo. Volvimos a casa, y dejé el ordenador. Cuando llamaron al teléfono, minutos después descubrí que aquella minucia insignificante que hicimos en el coche serían 380$... Llamé a mi amigo que se encontraba al otro lado del país a punto de volar a Bali. Sin seguro, ni carnet, lo mejor era pagarlo ¡De puta madre! Fui a la gasolinera con un bidón y lo llené de gasolina, lo llevé entre malabarismos junto al manillar de la bicicleta, que después de construir un embudo casero eché en el depósito de la furgoneta. Giré la llave y sin resultado… Volví a casa. Será la batería… En un par de días deberíamos dejar la casa donde habíamos vivido porque la iban a remodelar de arriba abajo. Mis compañeros habían encontrado una al otro lado de la ciudad que supondría una hora y media cada día para ir al trabajo, así que mi amiga portuguesa y yo teníamos medio apalabrada otra casa muy barata y muy cerca de esta última. Fuimos a verla y acabamos por darnos cuenta que lo que no teníamos era dinero y por consiguiente tampoco casa. Volvía casa con el ánimo arrastras, sin casa, sin furgoneta y sin una parte de mis ahorros, e intentaron animarme justificando que sólo se trataba de un mal día, así que destrozado, decidí echarme una siesta que todo lo cura, y cuando despertara lo vería todo distinto. Una hora después seguía sin saber que las cosas no sólo no mejorarían sino que irían a peor. Me levanté de la cama por segunda vez aquel día con un hálito de esperanza y llamé a mi segundo trabajo para pedir el horario de aquella semana y me dijeron que de tres días que trabajaba sólo tenía apuntado uno y que debería preguntar a mi encargado sobre el resto, una respuesta que me olió muy mal, debido a que sabía que necesitaban gente y había mucho trabajo que hacer, y quise pensar que era consecuencia de que tenía una actitud negativa ante lo que sería una confusión y un detalle sin importancia otro día cualquiera. Colgué sin poder evitar procurarme por un trabajo que odiaba pero que me daba gran parte del dinero necesario para mi viaje y lo ignoré. Todos estaban en la terraza y mi amiga portuguesa que se había hecho amiga de los obreros que harían el trabajo de la remodelación, sugirió que si no encontrábamos a nadie par alquilar la casa podríamos usar ésta para ducharnos y cocinar y durmiendo en la furgoneta durante un par de semanas más con su consentimiento hasta que empezaran a trabajar. Hice un ruido que significaba: (Qué otra opción tenemos…) E intenté buscar entre mis conocidos alguien que quisiera alquilar la casa que habíamos encontrado y dejarnos estar en ella durante unas semanas antes de empezar el viaje. No hubo suerte y volví a casa como un sonámbulo para vestirme e irme al primer trabajo que era lo único que me quedaba seguro. Estuvo muy lleno y yo quería correr fuera de allí, pero por desgracia, no me quedaba más remedio que concentrarme y hacer mas llevadero algo que debía afrontar por pura necesidad de supervivencia. Acabé, y con el corazón en un puño fui seguidamente a mi otro trabajo y subí a la oficina para resolver el enigma de los días restantes. Afortunadamente fue como creí, una confusión. Trabajé toda la noche y después de 12 horas de intenso trabajo, salí a la mañana siguiente como si hubiera recibido una paliza y fui a casa soñando con el momento de meterme en la cama y dejar mis preocupaciones descansar en los reinos del subconsciente. Soñé que estaba despierto y despertaba creyendo que soñaba. Dos horas después los gritos, la música y el ruido me recordaron que era el día de la mudanza y el último en la casa. Levantado por unas cuerdas invisibles, me comportaba como una marioneta soñolienta y confundida que intentaba ayudar a mover las interminables cajas y electrodomésticos que había por todas partes. Un par de horas después compré el desayuno y en el descanso me retiré a dormir a la casa vecina y antigua casa “Okupa”. Me tiré en el viejo colchón y por primera vez en días dormí algunas horas en paz. 4 horas después un poco más descansado volví al trabajo con las ojeras amoratadas y la sonrisa a sabiendas que sería el último día en la discoteca hasta el próximo fin de semana y me llenaba de satisfacción saber que después de aquella largas noche volaría hasta la cama y me despertaría cuando me viniera en gana, y así poder afrontar mejor la nueva situación en la que me encontraba. 14 Horas después y cada vez más animado ante el acercamiento de la hora de salir de allí me llamaron de la oficina. Subí tranquilamente y alabando inserviblemente mi trabajo me dijeron que lo sentían, que por culpa de la visa no podría seguir trabajando allí, que era un gran problema para ellos y para mí, que volvería si de alguna manera las cosas cambiaban, y que tendría mi puesto asegurado a la vuelta. Cogí mi dinero y nos dimos la mano. Salí despidiéndome de todos sabiendo la imposibilidad de un cambio y consciente de que sería la última vez que les vería. Abrí las puertas y de la oscuridad y la música “house”, pasé a la claridad del cielo recién amanecido. Y sin poder creer nada de lo que me estaba pasando, en vez de gritar o llorar desconsoladamente me sentí extrañamente bien. Miré al cielo azulado y sudoroso con los ojos entreabiertos como si en aquel momento en que las cosas no podrían ir peor, un nuevo día me ofreciera un nuevo comienzo. No tenía sueño, y con un dinero en el bolsillo que no sabía hasta cuando me duraría paseé media hora hasta casa, cansado y tranquilo veía a los loros multicolores jugando mientras volaban sobre mí entre los árboles del camino, sentía como si me hubiera quitado un peso de encima, una piedrita en el zapato que de alguna manera me sorprendía a mi mismo al ver algo positivo en todo aquello. Llegué a casa en el silencio de la mañana y entré en la que fue el primer hogar que encontré, completamente vacío con algunas cajas o algún zapato que alguna vez perteneció a alguien llenaban el silencio de los pasillos y caminando entre el esqueleto de la antigua casa que parecía de otro, abrí la puerta del fondo donde mi amiga y dos mochileros israelíes que viajaban a Nueva Zelanda en unas horas, dormían en sus sacos sobre el suelo desnudo de la habitación donde pasábamos las noches hablando y viendo películas. Cerré la puerta con cierta ternura como el padre que despide a sus hijos antes de irse a dormir y volví sobre mis pasos a la terraza mágica en la que solo quedaba un sillón destrozado suficiente para sentarme y beber una cerveza con un cigarrillo y con un cierto sentimiento de tristeza parecía estar celebrando un poco de paz y equilibrio después de los días que me parecían semanas hasta que los ojos empezaron a cerrarse de puro cansancio.

Dormí y desperté al mediodía, me despedí de los israelíes y volví a dormir. Mi amiga me despertó con un beso y un abrazo que necesitaba y el sol alumbraba con dificultad tras los edificios. Nos vestimos y decidí que para que no nos inundara la soledad de una casa que estuvo tan llena podríamos ir a la playa, ver la puesta de sol y los pingüinos que habíamos oído volvían a la costa al atardecer. Llevamos las cámaras sin batería y paseamos como dos viejitos agarrados por la playa viendo al sol apagarse en el mar. El viento fuerte y con olor a sal nos frenaba a cada paso y caminando despacio preguntábamos a los pescadores por la calita donde aparecían los pingüinos. Hablábamos de lo que fue y hacíamos planes que nos animaban, nos reíamos de lo que parecía un cuento pasado, tan real como presente y despreocupados caminamos entre las rocas dónde en una pequeña franja de arena la gente esperaba sentada a que vinieran… Una señora nos mostraba por primera vez con la luz de una linterna una pareja de pingüinos que habían pasado por debajo del muelle y se habían resguardado entre las rocas para pasar la noche, señalábamos emocionados y con el sol ya desaparecido empezaron a llegar aun más a la calita donde caminaban como niños pequeños para esconderse en la rocas donde a veces se asomaban y salían dando saltitos paseando como estrellas de cine entre nosotros, tan cerca y natural como nunca antes había visto. También había una especia de marmotas que asomaban la cabeza nadando como perros hacia los lados y me gusto mucho el respeto que la gente tenía a los animales, simplemente observando y siendo observados como en un zoo sin jaulas, extrañados y sorprendidos de verlos tan cerca y a sus anchas, estuvimos hasta que la oscuridad de la noche no nos dejaba ver más que sus panzas blancas moverse entre los agujeros. Me pareció increíble saber que había pingüinos a 5 minutos de mi casa y haber visto los loros de la mañana me recordó porque había venido, y me dio fuerza para poder olvidar los días pasados y darme cuenta de que lo peor no era que hubiera desaparecido todo el imperio que me había costado un mes construir tan trabajoso en los principios, o la estabilidad tan difícil de encontrar cuando viajas a un lugar desconocido lamentándome por ser tan desafortunado…, si no la tristeza de saber que todos los planes tan cercanos que casi podía tocarlos estaban ahora un poco mas lejos y distorsionados. Ahora que todo ha cambiado me toca empezar de nuevo desde cero y aun así no puedo quejarme porque con la suerte en el culo, vi pingüinos en la playa…

1 comentario:

  1. A pesar de todo lo malo que te pueda haber pasado en estos últimos días, sigues teniendo la suerte de tu mano, ya sea en el culo o como sea,esta siempre te acompañana..
    Animo mi gitanito!! Sé que todo va acabar por salir bien y se que tu tambén lo sabes..
    Gracias por recordarme el proverbio tibetano, ya casi lo habia olvidado!!
    No dejes de escribir estas maravillas, es como si viera a esos pinguinos, a esos loros y como si te viera a ti...
    Te quiero mucho y te echo de menos!
    Un abrazo enorme...

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