"Cuando uno viaja, siente de una manera muy práctica el acto de renacer. Se está frente a situaciones nuevas, el dia pasa más lentamente y la mayoría de las veces no se comprende ni el idioma que hablan las personas. Exactamente como una criatura que acaba de salir del vientre materno. Con esto, se concede muchas más importancia a las cosas que nos rodean, porque de ellas depende nuestra propia supervivencia. Uno pasa a ser más accesible a las personas, porque ellas podrán ayudarnos en situaciones difíciles. Y recibe con gran alegría cualquier pequeño favor de los dioses, como si eso fuese un episodio para ser recordado el resto de la vida.
Al mismo tiempo, como todas estas cosas son para nosotros una novedad, uno ve en ellas solamente lo bello y se siente más feliz por estar vivo..." (Paulo Coelho)

viernes, 21 de enero de 2011

"Londres desde Malasia"

Llueve a mares, pero hace mucho calor, es la época de lluvias. Segundo día en Malasia y aún no me recuperado del todo, a las 4 de la mañana ya estaba despierto. Hay un 82% de humedad y un cambio de 7 horas de diferencia, así que no pude volver a pegar ojo. Estaba en calzoncillos sobre una litera cubierta por una vieja sábana marrón. Al lado de la ventana y sin ventilador. En una habitación compartida en “Chinatown” por 3€, que puedo pedir…, pero sobre las 7 de la mañana, después de dar vueltas sobre la cama, medio dormido-medio despierto, levanté la cabeza y vi a través de la ventana como los primeros rayos de sol teñían con el color del amanecer el edificio de en frente… Había dormido 3 horas y después de 12 horas de viaje y casi 3 noches sin dormir estaba exhausto, pero mirando por la ventana me di cuenta de que no me hubiera gustado estar en otro sitio que no fuera aquél. Había amanecido en Kuala Lumpur…

Cuando estaba en el avión a punto de despegar para Londres dos días antes, la mujer que había visto antes en la cola de pasajeros, la cual me resultó algo extraña, por supuesto, se acabó sentando a mi lado. Me hablo de muchísimas cosas de las que ahora no recuerdo ninguna. Era una mujer inglesa con una melenita blanca, ojos claros, un gorro de colorines, muy sonriente y un perfecto acento español. La otra mujer que estaba al otro lado se hacía la dormida, así que entre los cajones de “Ryanair”, un día lleno de emociones, y los nervios del viaje en el que ya estaba embarcado, aquella mujer no me dejaba de hablar… era muy simpática y no merecía que la mandara callar, la verdad que era muy agradable, pero en ese momento solo me apetecía mirar por la ventanilla y ver las luces del cielo en la tierra. Le decía que si a todo, intenté leer, pero nada… Opté por imitar a mi compañera, me hice el dormido.

Llegué a Londres y la hierba de la pista de aterrizaje estaba cubierta de hielo. Baje del avión, pasé el control de aduanas, cogí mi maleta y después salí afuera para coger el autobús que había reservado para ir al centro. Y ahí estaba, sentado, esperando al autobús y comiéndome el bocadillo de “Pisto a la bilbaína” que me había sobrado del mediodía entre toda aquella gente que como yo iba a alguna parte. Con todos mis respetos a todos mis amigos y amigas de londinenses, definitivamente, Londres no es mi lugar para vivir…

Bueno, contaré mi día y medio en la ciudad al ritmo en el que todo me pareció que sucedió.
Cogí el autobús y llegué a la parte oeste de la ciudad, “Finchley road”. Llovía y hacía frío. Llevaba una mochila delante y otra detrás de unos 20 Kg. en total y una hoja del “Google maps”, de cómo llegar a la casa de mi amiga desde la parada de autobús, la seguí. Después me di cuenta que el mapa era desde la parada de autobús de el otro lado de la calle, así que me fui por el lado contrario. Retrocedí. Las calles estaban vacías y eran como las 11 de la noche. Casas con jardín me acompañaban por todos los lados como el capítulo de los Simpson en el que el decorado se repite continuamente. Llegué a la casa y comprobé el número. Mi amiga estaba en Granada así que iba a dormir con su familia que no conocía prácticamente de nada. Un poco nervioso llamé al timbre.
- ¿Yes?
- ¡Hola! ¡Soy Endika el amigo de Katie…!
- ¿Quién?
- ¡Endika! ¡El amigo de Katie! ¿Es este el número … de la calle …?
- Si. Njcvrbvkcsnkcjncnkdwnc
- ¡Lo siento! ¡No oigo! ¡Se oye muy bajo!
- Eybcbcxbsbhcebcbch
- ¡No puedo oír!...
Se abre la puerta y su hermana me recibe con un abrazo, el perro viene y me saluda también, el papá espera en la puerta sonriendo. La hermana habla perfecto español, casi parece nativa. Me reciben con una bienvenida y es agradable ver sonreír a alguien de nuevo, El perro se parece al mío en negro y más pequeño, echo de menos a Goa. La hermana me presenta a su amiga, muy sexy. La mama aparece a la derecha y me saluda muy alegre. Nos damos la mano. Dejo mis mochilas sobre el suelo y rodeado en la entrada de la casa me siento muy a gusto y adquiero la posición del “botijo”, las dos manos cerradas y a la altura de la pelvis. Me da un poco de vergüenza. Me preguntan sobre el viaje y me dicen que no recordaban que venía, por eso el malentendido en la entrada. Me enseñan la habitación donde voy a dormir que es la de mi amiga. Me acompañan a la habitación la mamá, la hermana y la amiga de la hermana. Nos sentamos sobre el suelo y hablamos sobre el viaje que me espera, mi familia, mis amigos, España… Son muy simpáticos. Llevo mucho tiempo sin hablar inglés y me cuesta cogerles, a veces la hermana me habla en español, porque creo que se a dado cuenta de que no dejo de sonreír y mirarles como en un partido de tenis. Tomamos té. Les comento mis planes sobre visitar la ciudad de mañana y que me gustaría ver algunos museos. Me invitan a la cocina donde el padre está tocando la guitarra acústica y recuerdo que no pude traer la mía, la madre me presta una revista sobre las últimas exposiciones en la ciudad. La noche anterior no pude casi dormir pero el ambiente es muy agradable. Me resulta difícil creer que por la mañana estuviera comiendo en Santurtzi con mis padres y ahora estaba tomando té en la cocina, de una casa, en un barrio de Londres con unos desconocidos desde hacía prácticamente unos 15 minutos. Me sentía afortunado. Nos sentamos alrededor de la mesa y tomamos más té. El padre sigue tocando, yo le hablo del dinero que me hubiera costado traer la mía, me pregunta si sé tocar y le digo que estaba aprendiendo y él toca el principio de “wonderworld” de “Oasis” con la impresionante facilidad de que aquellos que tienen un talento musical. Después la hermana me habla de que mañana tiene el examen práctico del carnet de conducir, esta muy nerviosa. Yo le respondo que no se preocupe, que le traigo suerte desde España y sé que aprobará. Seguimos hablando y la amiga me habla de filosofía y matemáticas y de su conexión entre ellas, yo no estoy totalmente de acuerdo. Estamos cansados y nos vamos a la cama, nos despedimos. Quedamos para mañana y así poder recoger mis mochilas antes de irme. Ha sido un día largo e intenso y no dejo de pensar en lo que fue, es y será. Me acuesto y escribo un mensaje a mi amiga diciéndole lo cómoda que me parece su cama. Me duermo leyendo: “Cien años de soledad” de García Márquez…

Estoy durante toda la noche despertándome y durmiéndome con la continua sensación de no saber si estoy despierto o dormido, mezclando los sueños con la realidad, me parece estar viviendo en un cuadro de Dalí.

Es por la mañana, suena mi despertador a las 8.30, me levanto a las 9. Me visto con la idea de ir a desayunar fuera. La casa parece estar vacía, pero de repente la madre aparece y nos damos los buenos días. Me dice que se va pero me invita a tomar café en la cocina con la hermana y me pide por favor que “no deje salir al perro de la cocina”. El perro también me da los buenos días. He dormido fatal y me siento algo mareado, necesito el café. Aparece la hermana y me dice lo nerviosa que está. Hablamos e intento tranquilizarla, y me pregunta mis planes, y me recomienda bajarme en el centro y visitar algunos sitios como el museo de arte moderno. El padre nos saluda y se despide. Juego con el perro. La hermana y yo salimos de la cocina y los dos nos vamos a nuestras habitaciones a terminar de vestirnos. El perro ha ido a mi habitación, ha salido de la cocina, ¡mierda! Intento agarrarlo, pero se escapa con un peluche en la boca. La hermana no está y el perro da vueltas alrededor de la mesa, y yo detrás de él. Veo al padre en el jardín y dejo de dar vueltas alrededor de la mesa como si fuera gilipollas. Intento hacer que venga hacia mí, pero es imposible. El padre se va, y sigo dando vueltas alrededor de la mesa durante varios minutos detrás del perro intentando diferentes trucos sin ningún resultado. Se le cae el peluche y lo cojo, estoy en ventaja. Le intento llamar con el peluche y él me ladra, pero no se acerca. Entra la hermana y me ve en el suelo con el peluche en la mano. Le digo que el perro salió de la cocina y estoy intentando meterlo de vuelta, ve el peluche que debía de ser su infancia y se lo devuelvo, ella se lo lleva a su cuarto, le digo que el perro lo cogió de la habitación, que yo no se lo había dado. El perro pasa por entre mis piernas y se mete en la cocina…

Salimos de la casa habiéndonos apostado una cerveza, ella me invitaba si aprobaba, sino yo le invitaría. Yo le respondí que iba a ser ella quien me pagaría la cerveza y le desee suerte. El coche le esperaba en la calle y ella me avisó que fuera en la otra dirección que es donde estaba el metro.
Pasee por primera vez solo en Londres, Había poca gente en la calle. Yo me entretenía comparando los precios y viendo Londres de día. No hacía mucho frío y aunque me sentía bastante cansado me gustaba estar ahí. Compré un bono por un día para el metro. Bajé las escaleras. Todos miraban de una forma casi automática y en silencio en dirección a su vía, yo les miraba a ellos y recordé el libro de Oscar Wilde: “1984”, y pensé que no era muy diferente a esto. Nos metimos en el tren y dentro se adquirían tres posiciones: la del “hombre de cera” con la mirada perdida, mirando hacia debajo de una manera que era difícil diferenciar si estaba dormido o despierto, o jugando con los aparatos electrónicos levantando la cabeza en intervalos de micro-segundos comprobando que en el mundo real no se pasaban su parada. Llegué al centro y salimos en carrera hacia la salida, corrían hacia las escaleras donde ponía: “por favor, póngase a la derecha”, porque por la parte izquierda había gente que las subía corriendo y de dos en dos y me pregunté si sería alguna especie de concurso. Escaleras mecánicas repletas de gente por todos los lados y a la salida la maravillosa estampa de unos policías con unos rifles mirando hacia nosotros y por alguna extraña razón y por primera vez aquel día, en este caso ellos, hablaban y se reían, pensé que se podría llegar a un punto en el que te acostumbres a situarte en uniforme, cruzándote con miles de personas a diario, vigilante y con la tensión de saber que tienes algo en la manos que podría matar a muchísimas de aquellas personas en un momento de tensión en el que quizás llegues a usarlo y aun así tener ganas de reírse. Volví a pensar en el libro de “Wilde”.
Por fin salía de la estación y una torre tapada por el techo de ésta se hacía cada vez más grande mientras caminaba hasta asomarse del todo enseñándome imponente su enorme reloj y su tejado decorado con objetos dorados. El Big Ben y el edificio del parlamento. La ciudad de Londres me daba la bienvenida. Caminé hacia la izquierda en dirección del río. Algunos turistas sacaban fotos y un hombre vestido de escocés tocaba la gaita sobre el puente. Lo bordeé y paseé junto a él viendo los barcos, las gaviotas, la noria, el teatro nacional… una familia De Indios que al parecer estaban de vacaciones, reían y se sacaban fotos, me puse cerca para oírles hablar “Hindi”. Eso me hizo sonreír., Seguí y a pesar de estar en el centro de la ciudad, el ruido de los vehículos y la gente con la que me cruzaba, había algo de sobrecogedor en el silencio que se respiraba. La gente parecía tener siempre prisa y debían de seguir algún punto fijo hacia el horizonte que no conseguí encontrar. Llegué al museo de arte moderno que era completamente gratis con una donación voluntaria, (¡punto positivo para Londres!) y ví a un chino que hizo millones de pipas de porcelana, Ví a picasso, me senté con Pollock, disfruté con Bacon, comprendí a Klee, saboreé a Matisse, comparé a Miró, recordé a Dalí y con mucho sueño me senté en el centro de la exposición de surrealismo, que me hizo marearme más de lo que estaba. Necesitaba comer algo.

Crucé un puente mirando hacia el Tower Bridge. Y entre restaurantes de “Fast food”, autobuses de dos pisos y cabinas de teléfono de color rojo, la gente parecía mas relajada y alegre. Llegué a una parada de metro.
- Sorry, ¿sabe usted cual es la parada de “Chinatown”?
- No – y se fue sin ni siquiera mirarme a la cara.
Después de la fantástica cooperación de aquella señora de la limpieza, de un “No” moribundo y de quedarme plantado ahí con una sonrisa que acabo por convertirse en el rostro de un gilipollas, decidí intentarlo de nuevo con un responsable del metro que creo que debió de recitarme algún acertijo que tampoco conseguí adivinar. Bajé las escaleras, miré el mapa. Lo volví a mirar. Suspiré. Oí “Hindi” y decidí intentarlo de nuevo. Me intentaron explicar las combinaciones, dije “Yes” por no tirarme a la vía cuando pasara el próximo metro y me respondieron: “ven”. Entramos en el metro. Adoptamos la posición “muñeco de cera”. Bajamos y corrimos, De vez en cuando miraban hacia atrás o me hacían una señal para que les siguiera. Corríamos por la izquierda de las escaleras mecánicas. Intentaba seguirles esquivando a la gente del concurso que iba en todas direcciones. Otro metro. Más posición “cera”, Otra carrera. Desconfié. Otro metro. “Aquí”, me dijeron, les miré y les dí las gracias muchas veces. Se fueron corriendo como si aquel fuera su trabajo y cogí el último metro. Cuando las puertas se cerraban un hombre quedó atrapado y entre tanta gente con el mismo tono y sorpresa de alguien que encuentra el botón de la chaqueta que perdió por la mañana, alguien dijo: ¡Oh my god! Y todos miraban hacia las puertas como las vacas que ven pasar el tren a aquel hombre que intentaba pasar la otra mitad de su cuerpo hacia el interior. Yo observé la escena con la boca abierta, y con un gesto de rabia que explotó en mi cara instantáneamente me levanté de un salto para ayudar al hombre y una de las vacas que estaba a su lado me miró y se adelantó a ayudarle. Me volví a sentar y aquel hombre que ya estaba dentro dijo seriamente: “Estoy bien”. A continuación y sin preguntas de preocupación la gente volvió a adquirir alguna de “las tres pociones”. Me crucé de brazos y me reí mas parecido a un suspiro desde el estómago, impresionado. Ya no tenía sueño.

Llegué a la bonita Chinatown, precedente de mi próximo destino y busqué entre todos los restaurantes alguno un poco económico. Encontré un buffet libre por 5 libras, entré, me senté y me dí cuenta de que el restaurante estaba lleno de españoles, “come todo lo que puedas por 5 libras”, estaba claro… Recuerdo, aunque no estoy seguro, haber comido antes ahí, en ese mismo lugar con mi padre hace muchos años.

Con el estómago lleno y sintiéndome un poco mejor salgo y veo un mensaje de la hermana. A aprobado el examen de conducción y me pregunta cuales son mis planes y le comento que quiero pasear hasta “Picadilly Circus” y que en unas horas podríamos quedar para tomar esa cerveza que habíamos apostado. Paseo hasta Picadilly Circus, pasando por el Soho. Pienso que las chicas de Londres son muy guapas. Sigo hasta Trafalgar Square, pasando por el centro atestado de gente que compra en una calle construida especialmente para eso. Me llama la atención una gran tienda de peluches, que parece ser bastante famosa, ya que esta llena de niños y no tan niños. Los empleados, algunos disfrazados venden los productos como en una feria. Sigo hasta “Trafalgar” acompañado por el atardecer, increíblemente cansado. Rodeo las esculturas de los leones y paso por entre las fuentes, subo las escaleras del museo nacional, mientras alguien en alguna parte toca una preciosa melodía de clarinete y me apoyo en el balcón de la entrada. Desde arriba se ve toda la plaza con sus dos fuentes, sus 4 leones rodeando una torre que apunta a la avenida que le sigue y ésta acaba con el Big Ben al fondo que está iluminado, todo esta iluminado, y alguien dice: “Qué bonito”; y pienso que en verdad es bonito, y me doy cuenta de que se ha hecho de noche y en una hora tengo que volver a la casa a por mis cosas para volver al aeropuerto. Se me hace un nudo en la boca del estómago y a la vez me produce una sonrisa. Voy al metro e intento visitar el mercado de “Candem Town”. Cuando llego, miro el reloj y veo que me queda media hora y antes de salir de la parada del metro vuelvo para volver a casa, pero no se cómo hacerlo. Le pregunto al de seguridad y me responde con otro acertijo que tampoco entiendo. Intento buscarlo por mi cuenta, pero el camino se me hacía demasiado largo y en 40 minutos salía mi autobús al aeropuerto. Corrí, subí, bajé… hasta que un chico me dijo que debía hacer el trayecto que al principio me parecía largo. Me subí en el metro y cada parada se me hacía eterna. 20 minutos para ir hasta la casa, recoger mis cosas e ir hacia el autobús. Salí del metro entré en una tienda y compré algo de comida con el dinero que me quedaba. Corrí y me perdí. 15 minutos. Llovía y estaba muy nervioso, no podía perder el autobús. Llegué a la casa, me abrió la hermana, la abracé y la felicité, me presentó a su amiga española y me dijo que si quería que me acercara a la parada que se encontraba a 10 minutos caminando! Había conseguido su carnet aquel día y le dije que muchas gracias, que por favor, porque sino lo perdería. Cogí mis mochilas a toda velocidad y nos montamos en el coche. Salimos y cuando estábamos cerca me despedí y me bajé en marcha, le volví a dar las gracias y salí corriendo hacia la parada, se me rompió la bolsa de la comida y se me cayeron las dos manzanas, ¡mierda! Nadie me ayudó. Llegué con un minuto de diferencia, sudaba y respiré profundamente. Ahora ya solo podía esperar. El autobús venía y me quedé esperando al lado de la parada. Pero el autobús pasa de largo y se para 10 metros más adelante. Pregunté a la gente que estaba en la marquesina si no paraba aquí y me respondieron que debería haber enseñado mi ticket al conductor o sino no para. Fui a la puerta del conductor corriendo y le enseñe el ticket, pero me dijo que no me habría la puerta que debería haberlo hecho antes, o sea, 10 metros más atrás ¡Le grité que no lo sabía, que tenía que coger mi vuelo! Al señor conductor, por no llamarle “hijoputa”, le importó una mierda lo que yo tendría que hacer, arrancó y se fue. Volví a la marquesina y lleno de rabia me senté entre la gente que estaba que por su gesto creo que también les importaba otra mierda. Era un ticket fijo, es decir, no podría cambiarlo o debería pagar 5 libras más, me había gastado mi dinero en la comida, así que podría quedarme allí sin poder coger mi vuelo. Mientras pensaba mil y una excusas vino 20 minutos después otro autobús, le enseñé el ticket agitándolo como una bandera. Paró, bajó, vio mi ticket y me sonrió. Aquel hombre que luego conocí en el trayecto al aeropuerto vivía en Congo, emigró a Europa ilegalmente hace 10 años y ahora trabajaba de conductor de autobuses. Hacía 10 años que no veía a su familia y se moría de ganas por volver a su país…
Subí al autobús, que estaba completamente vacío con una chica al frente a la que saludé en inglés aunque su cara pareciera latina. Me senté al otro lado un asiento más atrás y la escuché hablar un inglés con acento sudamericano, con el conductor.
Lo que yo aún no sabía era que aquella chica iba al aeropuerto para coger el mismo vuelo que yo, que había vivido en Australia, que facturaríamos juntos, después fumaríamos un cigarro, compartiríamos un sándwich, hablaríamos sobre nuestros amigos y nuestra familia, nos iríamos a coger el vuelo, compararíamos opiniones sobre Londres, nos pasaríamos la puerta de embarque para coger nuestro vuelo y esperaríamos allí solos hasta que alguien vino a recogernos y nos llevaría a la nuestra a solo 20 minutos de embarcar, de que se retrasaría nuestro vuelo y de que lo cogeríamos cambiando nuestros asientos para pasar 12 horas de avión juntos y 4 días en Kuala Lumpur, y que nos íbamos a dar un beso al despedirnos para yo volver al aeropuerto e irme a Australia. Ahora me doy cuenta de seguramente ni siquiera la hubiera conocido si no hubiera perdido mi autobús…

Cuando hablaba con el conductor se giró y me preguntó en inglés a dónde iba, le respondí en español y se sorprendió de que habláramos el mismo idioma y fuéramos al mismo destino. Vivía en Chile y pasaría los próximos meses viajando en Asia. Ella tampoco sabía todo lo que ocurriría a continuación…

“La vida, es una sucesión de casualidades que conectan todos los hechos en camino hacia nuestro destino”.

“Torres Petronas de Kuala Lumpur (Malasia)”, unas de las más altas del mundo.

2 comentarios:

  1. Todo pasa por algo y tu pones los mejores ejemplos con tus vivencias..Londres es gris pero siempre ahi alguien que hace que veas el sol aunque sea por unos instantes.. Un gran abrazo amigo mio! Te quiero mucho!!

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  2. No creo que haya sido casualidad, que nuestros dos caminos se cruzaran en la mitad......(Nano Stern, casualidad)
    Disfruta cada instante, maravíllate con cada cosa que vez y con cada animalito de la bella Australia.
    Recorre cada caminito y pueblito que te invite a avanzar, que lo mas pequeño la mayoría de las veces, te lleva a lo mas increíble.
    Sonríe cada día, que tu sonrisa esta llena de luz. Y que la vida te siga sonriendo.
    Buena suerte Amigo!
    y no te olvides de mantener el boleto en la mano, pa que no se te sigan pasando los buses, trenes, etc.
    Carla

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